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Este martes, en el Auditorio Blanquerna Comunicación, lleno a rebosar, comenzó el simposio sobre la voz de la Iglesia ante la actual crisis económica y social. Esta tarde intervendrán el cardenal Martino, antiguo presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, y Michel Camdesus, presidente de la Semana Social de la Iglesia de Francia y antiguo director general del Fondo Monetario Internacional. Ayer, desde una perspectiva económica y sociológica, los profesores Josep Oliver y Sebastià Sarasa analizaron las tendencias generales de la crisis económica y la repercusión concreta y directa en la sociedad catalana. El obispo auxiliar de Barcelona, ​​Sebastià Taltavull, inauguró el simposio con una reflexión sobre la labor de la Iglesia ante la situación actual, desde la óptica de la doctrina social.

Sé que estamos inmersos en uno de los momentos más difíciles de la crisis y, en el sentimiento y la vivencia de muchos, es precisamente ahora uno de los más dramáticos. Las cifras sobre el aumento de la pobreza moderada y, en especial, de la pobreza extrema, nos muestran una sociedad cada vez más deteriorada, vulnerable y rota. La pobreza ha pasado de ser una realidad identificada en determinados sectores estructurales, a ser una condición que abarca nuevos ámbitos y sectores sociales. Por otra parte, las perspectivas más inmediatas de recuperación parecen aún lejanas. Sin embargo, el catedrático Joan Oliver apuntó posibles escenarios de salida de la situación actual.

En una brillante intervención, el profesor Oliver recordó las principales razones de la crisis: en primer lugar, la globalización que vivimos, con el acceso al mercado de trabajo de más de 1.300 millones de trabajadores de todo el mundo y la aparición y el fortalecimiento de los países emergentes en la economía global. Una globalización que significa el aumento de las materias primas y el consumo de países como China, la deslocalización de empresas y la debilidad de nuestra economía, poco asentada en la investigación y la innovación. Junto a la globalización, la crisis financiera internacional, a partir del año 2007, nos muestra un sistema financiero ávido de especulación, desregulado y a punto de quiebra. Si estos dos aspectos formaban el núcleo central de la crisis económica internacional, en España había que añadir el exceso de endeudamiento privado, el posterior endeudamiento público y, finalmente, la casi quiebra del Euro del año pasado. Todos estos factores nos ayudan a entender la precaria situación económica que vivimos actualmente.

Ante esta situación, Josep Oliver se atrevió a formular algunos de los escenarios posibles de futuro para salir de la crisis: reforzar el Euro y preservar la política de la unión monetaria europea (evitar el retorno a la peseta, que podría representar un desastre para el país); impulsar un gobierno más federal de Europa; más rigor económico y reconocer que "debemos bajar nuestro nivel de vida" y fortalecer las políticas activas de los gobiernos para promover el empleo, que todos sabemos que será lo último en recuperarse.

Hay escenarios posibles de recuperación, pero de todos modos, ésta, en mi opinión, no será factible si no somos capaces de reconocer que la crisis va más allá de una crisis económica: es el cuestionamiento de un sistema - y ​es estrictamente mi opinión personal- asentado en la competición permanente, en el individualismo más egoísta, en la conversión de las personas en fieras, devorándose para acumular riqueza y seguridad. Ante la competición, sin embargo, creo que los cristianos debemos levantar la bandera de la cooperación. La cooperación, al menos desde nuestra óptica, nace del reconocimiento del otro como hermano, del prójimo, porque, como nos recuerda muy bien Caritas in Veritate, "El amor al prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios." Para nosotros, la caridad, la justicia y la fraternidad nacen de esta afirmación. Incluso desde una estricta óptica agnóstica, sustituir la competición por la cooperación es una opción indispensable para evitar el abismo de la humanidad. Por todo ello, la voz de la Iglesia resuena con más fuerza y ​​es, ahora y hoy, más imprescindible que nunca.

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