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Hace unas semanas el padre Ángel, de mensajeros de la paz, celebró sus bodas de oro sacerdotales. Con la madurez de los años y las experiencias vividas como sacerote, pero sobre todo con su compromiso con los más desfavorecidos de la tierra a sus espaldas, dijo algo que le salió del corazón, refiriéndose a los moralistas, expertos en casuísticas, que tanto se entretienen en revisar la vida de los hermanos y en ejercer de martillo de herejes, creyéndose poseedores de la verdad y con derecho a juicio, y que es tal vez la mejor lección de su vida:

“Mientras en Japón se mueren, en Libia se matan, en Haití se hunden en la miseria, etc., es ridículo que perdamos el tiempo juzgando a los hermanos. Lo esencial es otra cosa”. Algo así, con detalles incluidos.
Toda una lección en este tiempo de cuaresma en el que de la mano de Jesús nos introducimos en el desierto y de ahí subimos a Jerusalén. Si escuchamos su enseñanza en el camino hacia la Pascua, nos resultará fácil situar su mensaje, y muy difícil evadirlo. De la mano del profeta Isaías nos dice, “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo.Y más adelante nos sentencia sin matices en el evangelio de Lucas, 6,38: “sed compasivos cono vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados.”
Y hoy me pregunto: ¿qué evangelio leemos cuando nos entretenemos hurgando en la vida de los hermanos y discutiendo de tantas tonterías?
Jerusalén se divisa en el horizonte. La Pascua en la que el Dios de la vida regala su salvación es nuestra herencia y pronto será nuestra posesión definitiva. Dejemos de pelear por sentarnos a la derecha o a la izquierda en el Reino; acallemos los juicios sobre los otros, si hacen el bien, “y no son de los nuestros”, entonces, están con nosotros”. Esforcémonos por lo único necesario, por adelantar los cielos nuevos y la tierra nueva donde habiten la justicia. “Entonces, nacerá una luz como la aurora, enseguida brotará la carne sana, te abrirá camino la justicia; entonces, clamarás al Señor y te responderá, gritarás y te dirá: Aquí estoy, porque yo el Señor, soy misericordioso”

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