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Catalunya Religió
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Aina Argueta –CR El frío cala hasta los huesos. Más aún cuando duermes en la calle. El peligro de morir congelado es real por quien vive esta situación. Una manta es lo único que te separa del mundo exterior. Así es como cientos de personas que dormían en la calle se han encontrado en la ola de frío que ha afectado al país esta semana. Muchas de estas personas son mujeres. Con los servicios de acogida institucionales saturados, la única opción disponible para muchos ha sido el Hospital de Campaña de la parroquia de Santa Anna de Barcelona.

Dabo, trabajador de la organización, vela por que la llamada "Operación Frío" no se olvide de las más vulnerables. "No podemos dejar que ninguna mujer duerma en la calle", explica. Aunque ya es un ambiente hostil para cualquier persona, enfatiza que las mujeres están en mayor riesgo de integridad física. A Santa Anna llegan las personas a las que las instituciones no han podido darles respuesta. A este llamamiento también se añade el párroco de la parroquia, Peio Sánchez: "El sistema está fallando a las personas más vulnerables como las mujeres, los ancianos, las madres con hijos y los jóvenes".

"LA VIDA EN LA CALLE NO SE PUEDE COMPRENDER SIN VIVIRLA"

Hay tantas historias como vidas en Santa Anna. Una de ellas comienza con un viaje lleno de sueños. Claudia y Priscila son dos amigas que llegaron hace unos meses de Perú. Las jóvenes de 21 y 19 años, respectivamente, vinieron con una tercera amiga para iniciar una nueva vida juntas en Barcelona. Los padres de esta amiga pagaron los vuelos y se ocupaban de sufragar los gastos de los primeros meses hasta encontrar trabajo. Con la llegada sorpresa de su pareja, la convivencia empezó a resultar más difícil. Hasta el punto de que la amiga echó a Priscila. Claudia se fue con ella para no dejarla sola. Esa noche durmieron en una estación de metro. El 26 de diciembre de 2022 empezaron a vivir en la calle.

Tres días después, cuando a Priscila le bajó la regla, buscaron un lugar donde ducharse. A partir de ese momento, la mecánica institucional empezó a funcionar. Consiguieron dormir en el Centro de Acogida Nocturna de Emergencias (CANE) durante 5 noches, pero después se marcharon y se quedaron en la lista de espera para volver a entrar. Los servicios sociales les aconsejaron que probaran en Santa Anna, donde pueden acogerlas hasta el 1 de febrero. En su día a día recorren la ciudad desde el hospital de campaña, donde duermen, hasta el comedor social pasando por las duchas habilitadas en el Gimnasio Social Sant Pau del Raval. Tienen sus pertenencias repartidas por las distintas consignas de estos edificios, lo que les dificulta tener un sitio estable. Hablan a diario con sus padres que viven en Perú, pero no pueden ayudarlas por falta de medios económicos. Por eso intentan darles buenas noticias: "No queremos preocuparles, les decimos que estamos bien y que estamos comiendo".

Sin embargo, las jóvenes peruanas no desfallecen. Las educadoras sociales de la parroquia les asesoran sobre su situación y les indican qué opciones tienen. Priscila quiere encontrar un equipo de voleibol en la ciudad para volver a jugar como hacía en Perú y ambas se apuntarán a cursos de catalán para estar más preparadas para el mercado laboral.

"Para LA SOCIEDAD, SI ESTÁS EN LA CALLE, NO EXISTES"

Las chicas duermen con una decena de personas en el claustro de la iglesia. Alba y Alberto son una pareja, también estaban en situación de calle cuando empezaron a dormir en Santa Anna. Alba, de 29 años, es natural de Sevilla y es madre de tres hijos. Vino a Cataluña huyendo del padre de sus hijos que está en busca y captura, acusado de intentar matarla cuando ella estaba embarazada de cinco meses. Alberto, que vivía en Tarragona, le ofreció quedarse en casa de su madre. A consecuencia de los problemas psicológicos de la mujer, la madre de Alberto los echó a ambos el 1 de enero. En este caso, la pareja no ha podido acudir al CANE porque Alba está empadronada en Sevilla. "Esto es muy duro", expresa, "el frío te cala en los huesos". Ser mujer lo ve como un agravante en la situación. "Yo porque lo tengo a él", dice mientras señala Alberto, "pero te sientes en peligro constantemente". Agradece la labor de Santa Anna, pero se lamenta de la falta de recursos: "No podemos volver hasta las 9 de la noche, ¿qué se supone que debemos hacer casi 12 horas en la calle?" . Si no se resuelve su situación, tiene claro que volverá a Sevilla donde tiene a su familia. "No voy a dejar que el padre de mis hijos me obligue a renunciar a mi hogar", concluye.

En estos días de frío, la amistad surge también entre los usuarios. Alba ha podido conocer a Rosa y Maite, una madre y una hija que también se encuentran provisionalmente en el hospital de campaña situado en el centro de Barcelona. Rosa tiene 67 años y trabajó gran parte de su vida, pero nunca llegó a la cotización mínima y no recibe prestación. Maite, de 37 años, trabajaba para mantenerse a ella y a su madre. Es graduada en derecho, pero su antiguo trabajo no estaba relacionado con sus estudios. Cuando la despidieron vivieron de ahorros hasta que un día se terminaron. Madre e hija empezaron a vivir en la calle. "Al menos nos tenemos una a otra", dicen. La calle es muy solitaria: "nadie te mira y cuando te miran es mal".

Encontrar Santa Anna, el inicio de un cambio

En su caso, encontraron a Santa Anna de una manera casi milagrosa. Caminaban por la calle de Santa Anna cuando Rosa vio la entrada al patio de la iglesia. Le comentó a Maite que quizás allí podrían ayudarlas. "Te lo estás imaginando" o alguna frase similar fue la respuesta de su hija. Estaban cansadas. "La sociedad tiene esa visión: si estás en la calle no existes", denuncia Rosa. Afortunadamente, en la iglesia sí que las pudieron ayudar y creen que encontrar a Santa Ana fue el principio del cambio. Después de conseguir un lugar donde dormir, su vida ha dado un giro. Maite ha conseguido un trabajo nuevo en una cafetería. Esto es motivo de alegría por ellas y todas las compañeras. Pero ahora se enfrentan a nuevos retos. ¿De qué forma se puede compaginar trabajar 8 horas diarias sin tener un techo fijo? Descansar bien y ducharse a diario se convierten en necesidades aún más importantes. Rosa, que solía estar todo el día con su hija, pasará el día a la calle con Alba mientras Maite trabaje.

Maite tiene claro que por mucho que te imagines cómo es vivir en la calle "no se puede comprender sin vivirlo". Ser mujer también ha complicado las cosas: "Ven que somos mujeres y se cuelan en la cola". Ayoub, el voluntario de Santa Anna que les cuida por la noche, sabe muy bien lo que están pasando porque él también vivió un año en la calle. Originario de Casablanca, el joven de 28 años trabajaba de socorrista antes de llegar a la ciudad condal. Quiere iniciar el proceso para volver a desempeñarse aquí. Mientras tanto, se encarga de que todos los usuarios estén bien atendidos y puedan llevar su estancia de la mejor manera.

El sistema institucional está saturado. No hay plazas y deja a estas personas fuera. Mientras, cada día llegan más mujeres a Santa Anna.

Todos los relatos se recogen a 3 grados, una mañana helada de enero.

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