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Por Josep Gallifa .

(Artículo original publicado en el Periódico (26/2/2022). Con notas añadidas, una de ellas sobre la formación religiosa)

Una de las novedades de la ley de educación LOMLOE, también denominada como ley Celaá, es que establece el principio de organización competencial del currículum y deja un amplio margen a cada autonomía para la configuración del mismo. En ejercicio de esta autonomía en Cataluña se han preparado los decretos de ordenación de las enseñanzas para que entren en vigor el próximo curso. Hay algunos aspectos muy interesantes de está propuesta de adaptación cómo son el dar importancia a la orientación o la flexibilidad para los equipos de los centros educativos. Sin embargo, el aspecto más novedoso en el que se viene trabajando en Cataluña desde hace años es el de la transformación de todo el currículum a un formato competencial. ¿Qué implicaciones puede tener esta educación competencial?

Cuando David McClelland en Harvard a principios de los 70 sugirió medir las competencias en lugar de la inteligencia, cambiando el énfasis de la evaluación, poco pensaría que este concepto de competencia fuera a tener un lugar tan destacado en los sistemas educativos. De hecho, él proponía pasar de evaluar potencialidades a evaluar manifestaciones o realizaciones concretas. El término de competencia tuvo una rápida aceptación, en primer lugar, en la formación profesional dónde más fácilmente se pueden evaluar realizaciones. La evolución del concepto sin embargo avanzó en los 90’s hacia las competencias emocionales y sociales y también las que se pasaron a llamar competencias transversales, “key skills”, o también “soft skills”, llegándose pues a abarcar un amplio espectro de capacidades humanas.

Organismos internacionales como la OCDE han promovido la evaluación de competencias cognitivas. Por ejemplo, en las conocidas pruebas PISA qué comparan algunas competencias básicas en diferentes sistemas educativos. Ello ha estimulado la competitividad internacional. Sin embargo, este planteamiento también recibió críticas por una excesiva subordinación de los sistemas educativos a los requisitos del mundo productivo, en detrimento de perspectivas más integrales.

Los movimientos de reforma para una educación activa han insistido en esta necesidad de desarrollar competencias por estar más vinculadas a la acción. A pesar de ello surge el interrogante de si este planteamiento competencial será adecuado para desarrollar las capacidades humanas reflexivas e intelectuales. Porque una cuestión no menor es cómo transformar las pedagogías en nuestro contexto, teniendo en cuenta nuestra tradición a partir de la ESO que es mas de tradición intelectualista qué competencial.

En este sentido hace más de 400 años los jesuitas establecieron la “Ratio Studiorum” que es un método para el aprendizaje en el que, antes de “aplicar” el conocimiento, hay que dominarlo, mediante el estudio intelectual individual. Por otra parte, el sistema educativo germánico y países de influencia tiene la tradición de la “bildung” que es complementaria al desarrollo de disciplinas científicas o artísticas. “Bildung” se puede traducir como formación, quizá más específicamente como autoformación o cultivo de uno mismo. Al lado de los aspectos más técnicos y aplicados tiene que haber reflexión sobre los valores, pues la educación tiene una ineludible faceta de valoración (1). La reflexión sobre contenidos filosóficos o sapienciales son una parte importante de está formación. Ya Aristóteles señalaba qué es necesario desarrollar la virtud para una vida feliz.

Y es que un componente del aprendizaje tiene que ser reflexivo. Incluso John Dewey, pedagogo norteamericano partidario de la educación activa, estableció que no aprendemos directamente de la experiencia sino de la reflexión sobre la experiencia. Reflexionar deviene una capacidad imprescindible y necesaria, mucho más en la educación secundaria y terciaria. Además, por la investigación sobre competencias, especialmente sobre las denominadas como transversales o “soft skills” sabemos que para que se desarrollen se requiere implicación, voluntad y también conciencia reflexiva (2).

Siendo pues un avance está tendencia a organizar el aprendizaje de forma competencial, no tendríamos que entenderla solo como promover actividad, y sería un error dejar de potenciar la reflexión sobre los valores y la formación. En este sentido no parece una buena noticia que, en los borradores de los decretos, actualmente bajo consulta, desaparezca la filosofía de los contenidos de la ESO (3).

Por todo lo anterior, vemos muy adecuado un modelo mayoritariamente competencial, pero híbrido o combinado, a fin de qué además de orientar el sistema educativo hacia los estándares de organismos internacionales como la OCDE, pueda contribuir también al desarrollo de las capacidades reflexivas, el espíritu crítico, al cultivo de uno mismo, a promover valores compartidos y contribuir en definitiva al desarrollo humano integral.

Notas de ampliación:

1: Una nota sobre la enseñanza de la religión: Aunque seguramente muchos aspectos de los currículums se pueden transformar en elementos competenciales, por ejemplo el estudio del hecho religioso y sus manifestaciones, otros aspectos probablemente sea mejor enmarcarlos en la "bildung" o cultivo de uno mismo. Es decir que, además de elementos instructivos, es necesario que haya elementos de formación. De esta manera se prepara un aprendizaje a lo largo de todo el ciclo vital.

2: Para profundizar sobre las “Soft skills” se puede consultar el siguiente artículo: Escolà-Gascón, Á., & Gallifa, J. (2022). How to measure soft skills in the educational context: psychometric properties of the SKILLS-in-ONE questionnaire. Studies in Educational Evaluation, 74, 101155. https://doi.org/https://doi.org/10.1016/j.stueduc.2022.101155

3: Desde la publicación del artículo se ha producido un cambio y se ha aceptado en todas las comunidades autónomas poder cursar Filosofía en la ESO. Es una constatación de cómo la educación no puede dejar de incluir el elemento de la reflexión.

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