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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

«Moondust» [Polvo lunar] es el título del séptimo episodio de la tercera temporada de la serie The Crown. El príncipe Felipe, duque de Edimburgo, marido de la reina Isabel de Inglaterra, sigue a través de la televisión, con enorme interés, la llegada del hombre a la luna. Los tres astronautas, en la gira posterior por diversos países, visitan Londres y son recibidos por la familia real británica. El príncipe Felipe, que además es piloto de avión, quiere tener una entrevista privada con ellos. La reina, deseosa de contentar a su marido, consigue que le dediquen cerca de un cuarto de hora. No más, ya que la visita es muy breve. El duque de Edimburgo quiere conocer, más allá de aspectos técnicos que le apasionan, qué pasó por dentro de los astronautas cuando realizaron su proeza. Por esto, les pregunta: «¿Qué pensaron ahí fuera?». Ante unas respuestas genéricas, concreta más su cuestión: «No me refiero tanto a las vistas en ese sentido sino más bien a la perspectiva, la percepción de nuestro hogar». La contestación es: «Sinceramente, no había mucho tiempo para eso». El diálogo suena a trivial, intrascendente. Más tarde llega a la conclusión: «Esperaba que fueran gigantes, dioses. En realidad eran tres simples hombres (…) Como astronautas, dieron la talla, pero como personas, son una decepción».

Emprendemos grandes proyectos, buscamos con ardor el éxito, estamos volcados en mil acciones, queremos ser buenos profesionales…, pero ¿qué somos como personas? El libro de los Proverbios (4,23) nos invita a un viaje más apasionante que ir a la luna, nos propone un viaje interior: «Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida». La razón de vivir y el sentido de la existencia surgen del corazón como centro esencial de cada uno. ¿Qué atención presto a la vida interior, a entrar dentro, a beber de estas aguas interiores? Las palabras de Jesús resuenan con fuerza: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8,36). Dag Hammarsklöld, escribió en su dietario espiritual el año 1953: «No yo, sino Dios en mí».

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