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Por Catalunya Religió .

Me van a perdonar que me entretenga en el que aparentemente es una anécdota más del circo político. Tampoco me gusta ir a poniendo el dedo en el ojo cada vez que a alguien se le va la olla. Pero la verdad es que me ha ofendido.

Este martes en un debate en el Congreso de Madrid de una propuesta de Ley sobre la transexualidad el diputado Gabriel Rufián quiso deslegitimar el discurso de la extrema derecha con un argumento que me ofendió. Según Rufián el problema es que los diputados de VOX son católicos y por lo tanto “creen en serpientes que hablan, en palomas que embarazan, en que las mujeres provienen de la costilla de un hombre y en que si nos portamos mal llegará una lluvia de fuego y nos quemará. Y vienen a dar lecciones de normalidad y adoctrinamiento”. Para concluir: "Y vienen a dar lecciones de normalidad y adoctrinamiento?".

Primero vi un tuit y luego busqué la intervención entera. Nunca se sabe por dónde han cortado. Y, escuchada entera, me ofendió una intervención que al final fue aplaudida en pie por todos los diputados de su grupo que estaban presentes en el hemiciclo. Y más cuando la intervención acababa con una idea muy evangélica: "Nosotros creemos en la ampliación de derechos porqué amamos a los demás". Esta descalificación general de las creencias no denota mucho esta estimación.

Me ofendió a pesar de ser conscientes de la poca cultura religiosa y singularmente católica de las generaciones más jóvenes. Pero eso no da derecho a la caricatura de una creencia ampliamente extendida, con siglos de historia, que ha cambiado el mundo y el corazón de muchas personas, y que, al contrario de lo que da a entender Rufián, también ha pasado por el filtro de la ilustración y la modernidad. Una visita o un par de cursos en algunos de los numerosos centros académicos teológicos podrían ayudar a aclararlo. Hay una definición en la que siempre me he sentido muy cómodo como católico: la fe no es racional, pero es razonable.

Me ofendió porque no es mi culpa que un sector político se apropie del catolicismo como una identidad de destino universal. Me ofendió porque el nuevo país republicano que muchos podemos vislumbrar supongo que debe incluir personas de todas creencias.

La frase puede ser una anécdota en formato de tuit y justificable porqué todo vale en la necesaria tarea de desenmascarar a la extrema derecha. Pero denota otros sustratos que van más allá de una frases más o menos desafortunadas.

Uno es la idea de que cuando la Iglesia o una confesión religiosa defensa determinados modelos antropológicos -encertats o no- siempre los quiere "imponer". En cambio, si los defienden actores sociales del mundo progresista siempre son indiscutibles.

Otro es que la mofa sobre (algunas) creencias sale gratis y tiene el aplauso asegurado. Así se ha instalado en todos los programas de humor la retranca tonta cada vez que se habla de curas y niños al mismo tiempo. Y, mientras, se han implantado otros temas tabú sobre los que no se puede ni insinuar una broma. Es impensable que se criminalice otro colectivo de la manera en que a través de la risita hoy se criminaliza a los curas.

Y el otro es, finalmente, ¿qué idea tiene de quienes somos los cristianos las personas que hablan así? ¿Tan raro soy?

Ciertamente hay grupos extremos y fiscales que siempre tienen una querella lista para denunciar ofensas a los sentimientos religiosos. No puedo estar más en contra de regular compulsivamente el respeto a los demás a través de los tribunales. Ni pedir multas o prisión cuando lo que dicen no nos gusta o nos ofende.

No me encontrarán en una recogida de firmas, en una campaña para exigir disculpas o en un acto de desagravio ante la Catedral. Ni tampoco me encontrarán en un proyecto o un medio de comunicación en el que sólo se diga lo que me gusta. Pero tampoco me parece de un país normal o del que queremos construir que se normalice la caricatura de las creencias religiosas. Y que si no te gusta o te ofende te tengas que aguantar. Y que si dices algo pases a ser catalogado en la lista de los poderes reaccionarios. Como cantaba Lluís Llach: “No és això, Rufián, no és això”.

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