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La frase no es mía. Es de uno de los chiquillos de casa. El interrogante cayó a media cena. Son frecuentes las preguntas sobre tecnología, el clásico ¿qué cuesta ese trasto electrónico nuevo? O de actualidad infantil: con el coronavirus, ¿vendrán los Reyes Magos? O de temporada: ¿puedo ir con pantalones cortos ahora que hace frío? Después de todo, preguntas que piden un criterio, para terminar conformando el suyo.

En este caso, buscaba calibrar si era razonable eludir un requerimiento que llega del Señor del piso de arriba. Me vino una imagen a la cabeza, de cuando los progenitores reclamamos medidas urgentes sobre los calcetines sucios dejados caer en medio del pasillo; y mientras tanto, el sujeto se hace el loco.

Los periodistas estamos acostumbrados a que algunas preguntas caigan en saco roto. Pero, ¿es posible la desidia con la vocación religiosa? La conversación venía de aquí. Hablábamos de los monjes de Montserrat tras una visita reciente al Miracle. “Cuando Dios te llama, le puedes decir que no?”, dijo el que ahora tiene 9 años. Con otras palabras: ¿está bien o no, hacerse el longui con Dios?

Este mundo está lleno de historias de gente que se ha dado una tregua. Más margen, porque el peso de la pregunta puede llegar a ser desconcertante. Por mi trabajo, o con la excusa de mi trabajo, hablo a menudo, de la llamada a la vida religiosa o al sacerdocio. Y con muchas personas diferentes. Puedo aportar datos objetivos y un montón de nombres de los que dijeron que sí. También hay un puñado que se decidieron, y después han acabado en otro lugar.

Volvemos a la pregunta y el criterio. Me ayudé del provincial de los claretianos para seguir la conversación: “La vocación es terca”, decía hace unos días Ricard Costa-Jussà. Vamos, que si uno no es sordo, la pregunta vuelve. Como un boomerang. Pero por dentro también pensaba en la experiencia de Cristina Kauffman, que sintió que Dios le decía “es la última vez que te llamo”.

Con o sin ultimátums, pagaría por estar dentro de la cabeza y del corazón de la gente en este diálogo fundamental. Sí, te doy toda mi vida. Dispón de ella. Uy, mira, ahora me coges en mal momento, hablemos mañana. Tan real, como cotidiano. Tan rotundo, como misterioso. Tan bonito, como exigente. Hay quien lo lee como un abandonarse a las razones del corazón. Me parece fascinante. Como la misma pregunta.

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