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Por Jordi Llisterri i Boix .

Me van a perdonar un retrato de final de vacaciones. Este domingo lo pasé en el ferry de Roma a Barcelona embarcado con la familia. Entre retrasos habituales y embarques son más de 24 horas en el mar. Esto permite hacer al menos tres cosas:

1. La tecnología aunque no ha previsto que los peces sean repetidores y, por lo tanto, es prácticamente un día sin cobertura móvil. Así lo primero que se puede hacer, además dormir, es leer. En este caso la opción elegida fue G.K. Chesterton con la selección de artículos que tenía pendiente sobre "Cristianismo, pensamiento social y literatura" que Sílvia Coll-Vinent recogió en un volumen para enmarcar de la Fundació Joan Maragall.

No es necesario que les haga el elogio al conocido polemista, que en muchos aspectos no ha sido superado. Como explica Coll-Vinent en el prólogo, con Chesterton siempre existe el peligro de quedarse sólo con la cita brillante. Pero es inevitable, y más para un periodista. Sólo una: "Nuestros modernos educacionistas intentan poner en práctica una libertad religiosa sin intentar establecer que es religión o que es libertad. Si los sacerdotes antiguos imponían una afirmación, al menos ellos se tomaban antes la molestia de hacerla lúcida ".

2. La segunda cosa que se puede hacer 24 horas en un barco es ir a misa. No me consta que la compañía naviera ofrezca este servicio habitualmente en el ferry. Aunque leí que por decisión personal del señor Grimaldi todos los barcos de la compañía llevan una imagen de Santa Ana, patrona de los marineros (sic). El caso es que coincidimos con una peregrinación a Lourdes encabezada por el obispo auxiliar de Roma recientemente ordenado Paolo Ricciardi. Por megafonía avisaron que todos estábamos invitados a asistir a la misa dominical que celebraba el grupo, con una reacción más bien burlona de la mayoría de pasajeros peninsulares y de normalidad de los italianos.

La asistencia a una misa en medio del mar es una experiencia singular, y también con un punto de comicidad por un mar muy movido y la zozobra que sufrimos buena parte del viaje. El obispo se lo hizo venir para recordar que los apóstoles creían que volcaría su barca y que no estuvieron seguros hasta que Jesús estuvo con ellos, como hacíamos nosotros encontrándolo en aquella misa. La celebración viendo un mar sin fin, superior a cualquiera de nuestras fuerzas, fue ciertamente reparadora.

3. Y la tercera cosa que se puede hacer 24 horas en un barco es desesperarse informativamente cuando en la breve escala en Cerdeña vi la noticia de la carta del ex-nuncio Carlo Maria Viganò contra el papa Francisco. La fugaz cobertura sólo me permitió descargarme el texto pero sin posibilidad de contrastar o comentar su contenido con otras fuentes. Así, hice lo que después vi que decía el Papa Francisco en el avión de regreso de Irlanda: "Lean el comunicado atentamente y haganse ustedes su propio juicio".

Como dice el Papa, pronto se ve que la carta "habla por sí misma". Incluso sin tener en cuenta los antecedentes del personaje y de sus amigos. Se ve, por ejemplo, la preocupación de Viganò por los cargos cuando asegura que fue una confabulación rosa en el Vaticano lo que le impidió ascender en la curia.

El nuncio Viganó ha hecho un Charasma al revés. Como recordaran, en octubre de 2015 el sacerdote de curia vaticana Krysztof Charamsa hizo una rueda de prensa para revelar su homosexualidad y pedir un cambio radical de la posición de la Iglesia sobre este tema. Lo hizo buscando el gran revuelo mediático precisamente al inicio del Sínodo sobre la familia que había convocado el Papa Francisco, con la voluntad de influir en este debate. Resultado: cero.

Ahora Viganò lo ha hecho durante el viaje del Papa a Irlanda y tras el informe sobre los abusos en la Iglesia norteamericana para marcar también la agenda del papa. Con la excusa, al cabo de 15 años, de defender a las víctimas de los abusos. En este caso, al revés que Charamsa, focalizando la culpa en el actual papa y en la homosexualidad. El contexto y la forma hacen que el resultado de esta supuesta voluntad de defensa de las víctimas también sea cero. Porque el objetivo, compartido por otros, es tumbar al Papa Francisco, no evitar los abusos a menores. Se ve claramente sólo leyendo la carta. Por ejemplo, cuando pone como referencia última a Juan Pablo II, pero olvida lo que todo el mundo sabe que no se hizo durante su pontificado para perseguir los abusos. Si se trata de repartir las culpas de lo que no ha hecho bien la Iglesia estos últimos años con el tema de los abusos, la lista es mucho más larga que la de Vigano. Y la lista de lo que se ha hecho para evitar que se repitan, incluye claramente a Benedicto XVI y aún con más rotundidad a Francisco.

La experiencia demuestra que este tipo de despropósitos mediáticos sirven más dar argumentos a quienes siempre tienen la pluma lista para cargar contra la Iglesia que para solucionar los problemas y, sobre todo, para ayudar a quienes los padecen. Y eso no quiere decir que las cosas se arreglen disparando contra el pianista para desviar la atención. Pero precisamente la mejor manera para detener la limpieza que se debe hacer en la Iglesia es apartar el papa Francisco y esperar alguien que no sea tan contundente en sus acciones y en las reformas inaplazables. Reformas que topan con la resistencia de los amigos de Vigano.

Lástima que nos hemos perdido la brillante respuesta que escribiría el polemista Chesterton al ex-nuncio Viganó. Merecería por lo menos un viaje en barco cruzando todo el Atlántico, y con misa diaria.

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