Pasar al contenido principal

Domingo XXIX del tiempo ordinario. Ciclo C. Barcelona 16 de octubre de 2016.

La parábola es breve y se entiende más que bien. Ocupan la escena dos personajes que viven en la misma ciudad. Por un lado, un juez al que le faltan dos actitudes consideradas básicas en Israel para ser humano: "No teme a Dios ni le importan las personas." Hoy, son muchos y muchas los que viven así. Es un hombre sordo a la voz de Dios, indiferente a el sufrimiento de los oprimidos y desvalidos. Un caso extremo de sinvergüenza judicial.

Y, por otro lado, una viuda que es una mujer sola, privada de un buen esposo que la defienda y proteja -no tiene ningún apoyo social -malviu indefensa del todo -y totalmente desamparada.

En la tradición bíblica estas viudas junto con los huérfanos y los extranjeros eran el símbolo de las personas más indefensas y más desprotegidas. Eran los más pobres entre los pobres. La pobre viuda no puede hacer otra cosa que presionar, moverse, reclamar sus derechos sin resignarse a los abusos de su poderoso adversario, el juez sinvergüenza. Toda su vida se convierte en un grito: Hazme justicia! Durante un tiempo largo, el juez no reacciona, no se deja conmover, no quiere atender aquel grito incesante.

Luego, reflexiona y decide actuar: -Actúa No por compasión ni por justicia. -Actúa Para ahorrarse molestias. Si un juez tan mezquino, tan sinvergüenza y tan egoísta termina haciendo justicia a la viuda pobre y desamparada, Dios, que es un Padre compasivo, atento a los más indefensos, ¿no hará justicia a sus elegidos que le llaman de noche y de día?

La parábola expresa un mensaje de confianza -los pobres no están abandonados a su mala suerte -Dios No es sordo a sus gritos -La esperanza está abierta -su intervención final es segura. Pero ... no tarde demasiado?

De ahí la pregunta inquietante del evangelio -hemos confiar -hemos de invocar a Dios sin desanimarnos -hemos de gritar que haga justicia a los que nadie los defiende Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Llamamos Dios por los pobres o por nuestro propio yo egoísta? ¿Resuena en nuestra liturgia el clamor de los que no tienen nada o bien sólo pensamos en nosotros mismos, en nuestras egoístas conveniencias? Si fuera así, no estaríamos ni cristianos ni hermanos ni humanos. ¿Qué seríamos? Unos podridos egoístas.

Us ha agradat poder llegir aquest article? Si voleu que en fem més, podeu fer una petita aportació a través de Bizum al número

Donatiu Bizum

o veure altres maneres d'ajudar Catalunya Religió i poder desgravar el donatiu.