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Viernes Santo 2016. Ciclo C.
Barcelona, ​​25 de marzo de 2016.

De entrada, una advertencia: Nada de lo que yo ahora os diré es más importante que todo lo que acabamos de leer y de escuchar.
Las palabras leídas y devotamente escuchadas son santas.
Las palabras que yo os diré son simplemente humanas. Y, por tanto, limitadas y pobres; discutibles y caducas.

¿Cómo vivió Jesús sus últimas horas?
¿Cuál fue su actitud en el momento de la ejecución?

Los evangelios no se detienen a analizar psicológicamente sus sentimientos.
Sencillamente, nos recuerdan que Jesús murió como había vivido.

Lucas, por ejemplo, ha querido destacar la bondad de Jesús hasta el final
–su vecindad con los que sufren
–su extraordinaria capacidad de perdonar
–según su relato, Jesús murió asesinado pero amando.

En medio de la multitud que observa el paso de los condenados camino de la cruz, unas mujeres se acercan a Jesús llorando. No pueden verlo sufrir de esta manera tan cruel y tan humillante.
Jesús se vuelve hacia ellas y se las mira con la misma ternura que las había mirado siempre y les dice: "No lloréis por mí. Llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos".
Así Jesús va a la cruz: pensando más en aquellas pobres madres que en su propio sufrimiento personal.

Faltan pocas horas para el desenlace final, para su muerte.
Desde la cruz sólo se escuchan los insultos de algunos y los gritos de dolor de sus dos vecinos también crucificados.
De repente, uno de ellos se dirige a Jesús: "Acuérdate de mí", le dice.
La respuesta de Jesús es inmediata: "Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso."

Jesús siempre ha hecho lo mismo:
–pensar en el bien de los demás
–barrer los miedos
–infundir confianza en Dios
–contagiar esperanza
–encomendar alegría.
Y así lo sigue haciendo hasta el final.

El momento de la crucifixión es inolvidable. Mientras los soldados romanos lo calavan en la cruz, Jesús dice: "Padre, perdónalos porque no saben lo que están haciendo."
Así es Jesús.
Así ha vivido siempre: ofreciendo a pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan.

Según Lucas, Jesús muere pidiendo al Padre
–que siga bendiciendo a los que lo crucifican
–que siga ofreciendo su amor, su perdón, su paz a todos los hombres, incluso a los que lo rechazan.

No es de extrañar que Pablo de Tarso invite a los Corintios a que descubran el misterio que se esconde en el Crucificado: "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo mismo, no teniendo en cuenta las transgresiones de los hombres."
De esta manera está Dios en la cruz: no acusando al mundo de sus pecados, sino ofreciéndole su perdón.

Es esto lo que celebramos y agradecemos durante esta semana.
¿Cómo lo pensamos agradecer, nosotros?

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