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Cuando hablamos de diversidad religiosa, parece que todos estemos de acuerdo con su significado, pero si distinguimos tres niveles, sacaremos tres conclusiones para siempre más. Vale la pena mirar más allá de la imagen más evidente.

Pluralidad religiosa. Desde hace unos años, todo el mundo sabe que en nuestro país convivimos personas de muchas religiones distintas. Aunque a la mayoría le parezca algo novedoso, esta diversidad ya tiene en nuestro país un siglo y medio de historia ininterrumpida. Aún sin saber casi nada de ninguna religión, ni siquiera de la propia, nadie discute que vivimos en una sociedad religiosamente plural.

Primera conclusión: En una sociedad religiosamente plural, no tiene sentido hablar de religión para referirse a una única religión. Afirmar que la religión es machista, dogmática, alienante o liberadora es un reduccionismo que no se puede atribuir a todo el fenómeno. Ni como alabanza ni como reproche, porque hay religiones tan diversas entre sí que incluso cuesta encontrar algún elemento común.

Pluralidad interna. A pesar de las autoridades religiosas que velan por la ortodoxia, todas las religiones tienen mucha diversidad interna. Incluso, a pesar de declararse en comunión, pueden mantener posiciones contradictorias que los teólogos procurarán explicar como simples matices de un mismo credo. Con todo, hay corrientes revolucionarias y reaccionarias, hay vocaciones nómadas y sedentarias, hay apologética y trabajo de la interioridad, hay reflexión y emoción. En definitiva, hay quien busca la síntesis y hay quien busca la exclusividad.

Segunda conclusión: con tanta diversidad interna, resulta tremendamente difícil declarar algo certero sobre todo un grupo religioso, sin repetir la propia definición. Cualquier forma de terminar las frases "Los cristianos dicen...", "los judíos piensan que..." o "los musulmanes creen...", va a cometer una sinécdoque, cuando no una tautología. Más vale callar.

Concepción de las propias creencias. Tomando el juego de palabras del sociólogo Joan Estruch1, hay que distinguir aquellos que creen que saben, de aquellos otros que saben que creen. Los hay que entienden su fe como una certeza, y en consecuencia, se aleja de la verdad quien no comparte esa misma fe. En cambio, en todas las corrientes religiosas también encontraremos aquellos que entienden sus creencias como la base de su búsqueda, abiertos a dudar y dejarse interpelar por personas de otras fes. Esto hace que muchas veces sea más fácil entenderse con personas de otras religiones que tienen el mismo estilo, que con los correligionarios con quien se comparte el qué pero no el cómo.

Tercera conclusión: la tercera conclusión también condena las generalizaciones y permite que le demos la vuelta: no nos relacionamos con las religiones, sino con las personas. Tan absurdo es creer que la lectura de un determinado libro milenario nos ayudará a entender la conducta de un alumno o un vecino, como pensar que una persona debe renunciar a su fe, la que sea, para ser un ciudadano responsable y demócrata. Que ni la belleza ni la perfidia de las religiones, no nos deslumbren ni nos tapen ninguna persona. Las personas somos libres, las religiones no son moldes.

Joan Gómez i Segalà, miembro de Justícia i Pau de Barcelona

1. Recomendamos vivamente la lectura del libro más reciente de Joan Estruch, por su enfoque preciso y lenguaje llano: Entendre les religions. Una perspectiva sociològica. Editorial Mediterrània, Barcelona, 2015.

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