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Por Jordi Llisterri i Boix .

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Ya me perdonarán, y especialmente monseñor Omella, pero el nombramiento del nuevo arzobispo de Barcelona no ha levantado olas de entusiasmo en Cataluña. Pero tampoco hay gente saltando por la ventana del Arzobispado o cortándose las venas.

Que Francisco nombre a un obispo aragonés en Barcelona suena fuerte. Por una parte, anima a los sectores que quieren disolver el perfil propio de la Iglesia catalana en la Iglesia española, al tiempo que realimenta el discurso soberanista de "el Vaticano no nos quiere".

Quizás para muchos es una sorpresa lo que posiblemente se hará público el viernes. Ciertamente la decisión es del papa, pero todo gobernante toma decisiones por lo que le cuentan. Y lo que le han contado es que Omella tiene un perfil social que lo convierte en un aliado en su reforma eclesial en una de las capitales de Europa; y lo que le han contado es que para ser obispo de Barcelona hay que hablar en catalán.

Francisco ya hace tiempo que mentalmente dibujó el mapa episcopal de España. Para ello tuvo que ir a buscar como agujas en un pajar entre los obispos nombrados en los últimos treinta años los que hacían más olor a oveja. Y entre ellos, encontró un Omella que hablaba catalán. Y así entró en la lista de candidatos de Barcelona. El último año parece que se ha visto más de una vez y Omella ha podido medir lo que passaba en Cataluña y estudiarse Arrels Cristianes de Catalunya.

A partir de ahí, no es descubrir ningún secreto que a pesar de la autonomía de la Santa Sede para estos nombramientos también se escucha a las embajadas y a los gobiernos, que siempre han querido influir. Lo que llega a la secretaría de Estado cuenta. Y con la secretaría de Estado hablan los estados.

Tampoco es nuevo que el Papa tiene una agenda paralela a sus canales oficiales. Y que los que parecen que lo informan y aconsejan sobre España son el eje del Ebro: los cardenales Santos Abril y Fernando Sebastián, y el arzobispo Elías Yanes. Los dos primeros aragoneses y el tercero tuvo a Omella de auxiliar cuando era arzobispo de Zaragoza y presidente de la Conferencia Episcopal Española. La corriente del Ebro, pasando por el Palacio Monaldeschi, ha llevado a Omella a Barcelona.

No es tanto que Francisco no haya encontrado eclesiásticos catalanes que puedan ejecutar su programa. Es más que se han ido acumulando factores que han pesado más para decantar la balanza mientras perdía peso el argumentario que salía desde los obispados catalanes.

Nadie ahorrará al nombramiento una lectura política. Y más si no se ha calibrado suficientemente que cuando Omella fue obispo de Barbastro se consumó la absorción de las parroquias aragonesas de la Franja que durante siglos habían formado parte del obispado de Lleida, y que se judicializó el litigio por las obras del Museo Diocesano.

Pero desde una lectura eclesiástica, lo que crea más perplejidad es que la diócesis con más peso en Cataluña tendrá un obispo que desconoce el perfil propio de la Iglesia catalana. No estamos hablando de una cuestión identitaria o política. Barcelona es una diócesis muy complicada de gestionar. Y a la vez marca el ritmo de una tradición de trabajo conjunto entre los obispados catalanes que tienen unos referentes eclesiales y un perfil sociológico que no son los mismos que los del resto de la Iglesia española. Actualmente, de las diez diócesis catalanas, tres tienen un obispo valenciano y ahora suma un aragonés. Que un obispo en la línea del papa Francisco digno de ocupar Barcelona parezca que no puede salir de la cantera eclesiástica catalana ha hecho daño. Pero es muy probable que la Santa Sede tenga previsto un gesto para compensarlo.

Por otra parte, también se espera que todo esto quede en segundo plano con el paso de los días por el estilo franciscano que se nos promete del obispo Omella. Barcelona no cojea en este ámbito, pero cualquier gesto que refuerce el discurso y el perfil social de la Iglesia tendrá un buen impacto. Sobre todo pensando en los que están más lejos de la estructura eclesiástica. Si además se suma una persona que se dibuja como cercana y sencilla, fácilmente lo tendrá ganado. En resumen, Francisco no envía a un obispo integrista para cuadrar a la diocesis.

Y ayudará a que Omella sea recibido con esa idea que ha hecho tanta fortuna: es catalán quien vive y trabaja en Cataluña y, además, quiere serlo.

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