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Por Jordi Llisterri i Boix .

Me van a perdonar que gaste más píxeles con el tema. No es ninguna sorpresa el anuncio de que Ada Colau no asistirá a la misa de las fiestas de la Mercè. Pero no dejan de sorprenderme los argumentos. Lo que más me ha sorprendido es el de la "modernidad" de la medida. Ir a misa no debe de ser suficientemente moderno. Me sorprende especialmente que se hable de modernidad cuando el anuncio se hace ante los gigantes de la ciudad. Dos tradicionales reyes católicos que no deben ser precisamente la mejor representación pública de la democracia, la laicidad, la participación ciudadana, la igualdad de género, o la igualdad social (eso sí, son paritarios). Puestos a modernizar, yo les quitaría la corona y les daría un look más hipster. Más barba.

Lo que también he encontrado sorprendente son las formas. Con ello también soy poco moderno. El gobierno municipal es libre de hacer lo que quiera, pero si se quería romper con una tradición de más de cuatro siglos, estaría bien que en el arzobispado no se hubiera enteraro por la prensa. No es una cuestión de laicidad, es una cuestión de cortesía, institucional y personal. Y hablando de esto, tal vez se hubiera podido consensuar un formato que contentara a todos. O no. Pero para hablar las cosas, aunque sean con quienes crees que no piensan como tú, no hace más daño.

En este sentido es significativo que en la rueda de prensa de Cáritas que se hizo justo después de la elección de la nueva alcaldesa, el arzobispo no quisiera entrar en un debate público sobre su perfil. Incluso el director de Cáritas si inclinó per una posición esperanzada en la nueva etapa municipal por su vertiente social. Y, en definitiva Colau ganó las elecciones. Quizás Colau no es santo de la devoción de Lluís Martínez Sistach, pero si fuera así, hizo bien en callarse lo. Y si fuera un fan, tampoco sería su papel santificarla.

Tampoco era necessario montar un festival sobre la presencia del cardenal y de los representantes de las otras religiones a la toma de posesión de la alcaldesa. Entre otros motivos porque en realidad en once años en Barcelona Lluís Martínez Sistach no ha asistido nunca a la entrada de un alcalde de ninguno de los municipios de la diócesis. Sólo ha asistido a la toma de posesión de los presidentes de la Generalidad. Y es de suponer que Colau lo sabía.

Volviendo a las misas, lo que encuentro verdaderamente surrealista es quitar la misa en honor a Nuestra Señora de la Merced del programa de fiestas de la Mercè. Un oxímoron como el de inteligencia militar.

Hay mucho actos de la Merced a los que no iría ni harto de vino, pero hay que respetar los gustos de todos. Puestos a obviar el origen de la fiesta, pasamos la fiesta mayor el primer domingo del mes que acostumbre a llover menos en Barcelona, ​​y menos problemas. También habría que preguntarse, si un año se organizara una vigilia de oración interreligiosa por el futuro de la ciudad, ¿tampoco podría entrar en el programa? Rezar no es tanto democrático como bailar? I no recordaré que si un alcalde asiste a una celebración del Iftar, la ciudad no pasa a ser más musulmana,

Francamente, ya me perdonarán pero me aburre el debate. Por dos motivos. Primero porque el alcalde o los representados institucionales assisten a muchos actos que seguramente a ellos les aburren soberanamente y que, al mismo tiempo, representan colectivos con los que yo o muchos ciudadanos no comulgamos o nos dejan totalmente indiferentes. Y ni ellos ni yo nos quejamos.

Y en segundo lugar, porque el debate de ir o no ir a una misa sólo contribuye a dar argumentos a los integristas, católicos o laicistas. Ni la sociedad o las instituciones públicas pasan a ser más o menos laicas. Ni los problemas, los retos y los proyectos que tienen las comunidades cristianas dependen de si la alcaldesa asiste a una misa, gracias a Dios. Eso si, ayuda a alborotar el gallinero y sale gratis.

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