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Por Jordi Llisterri i Boix .

Ya me perdonarán porque ya sé que la comparativa es odiosa. Pero en estos días electorales ha estado pensando en el tema. Imaginemos que en las próximas elecciones catalanas CiU saca el 52% de los votos, ERC el 7%, el PSC o C 's el 4,5%, y el PP o ICV del 1%, con una participación del 67%. El sesudo análisis que nos ofrecerían los tertulianos y articulistas habituales sería contundente: mayoría a la búlgara.

Pues repito que no se puede comparar, pero pienso en ello desde hace unos días remirando el barómetro de la diversidad religiosa que se presentó el mes pasado. En estos porcentajes tan contundentes nos movemos cuando hablamos de diversidad religiosa en Cataluña. A la primera confesión, la católica, se adhieren un 52% y a todo el resto de religiones juntas, el 17%. Con 44 puntos de diferencia entre la primera y la segunda confesión, que en este caso es el 7,5% del Islam.

Volviendo el erróneo símil electoral, ya sabemos que una cosa son los votantes (encuesta) y la otra los militantes convencidos (fieles). Y que las encuestas no son ciencia exacta. Pero nos ofrecen una cierta muestra del grado de adhesión a cada confesión. También sabemos que mucha analítica electoral se hace a partir del punto de partida anterior y que ciertamente la Iglesia católica ha perdido muchos puntos.

Pero a pesar de esto me parece exagerado decir que en Cataluña haya una gran diversidad religiosa cuando un partido se lleva la mitad de los electores del censo electoral. Y si sólo se contaran entre quienes confiesan alguna religión, los católicos son casi el 80%. En un hipotético Parlamento catalán de las religiones, aplicando la ley D'Hondt probablemente saldrían unos 115 escaños católicos de los 135. No son datos que me lleven a hablar de un gran diversidad, francamente. A lo mucho, de pluralidad creciente. Y, tal vez, más que la diversidad religiosa el tema sería el ateísmo y el agnosticismo, que agrupa a más gente que todas las confesiones no católicas juntas.

Para complicarme un poco más. Junto a estos datos muchas veces se sitúa como un valor positivo la diversidad y como un valor que se debe promocionar. Comprenderán que no tengo nada en contra en que todo el mundo crea lo que le parezca y que haya de todos colores. Pero creo que esto sólo merece un juicio neutro. Es decir, que no es ni bueno ni malo. Es. Y se debe respetar y gestionar. Pero este no será un país mejor o peor si hay una cierta uniformidad religiosa (siempre que se pueda optar con libertad, lo que en las otras épocas del ministro Wert no pasaba), o si hay diez religiones con un 10% de practicantes proporcionales de cada una.

Siempre se aprende de los que son diferentes a ti, y se debe garantizar la libertad religiosa. Y normalizar el hecho religioso y proteger las minorías. Y todo mi entusiasmo por la pluralidad. Pero eso no creo que se deba traducir en promocionar la diversidad religiosa o en cuotas del 10% para cada uno.

Curiosamente, volviendo al mundo político, hay sectores que han recuperar el discurso sobre el tema religioso enfocado desde este punto de vista, el de la diversidad. Incluso cuando se proclama un estado laico, se argumenta sobre la diversidad religiosa del país. Como si esto fuera lo que hace buena la religión, que ahora hay más que antes. También escuchaba hace pocos días un líder político estatal que cuando le preguntaban sobre si sería partidario de un referéndum sobre la monarquía: se enrollaba como una persiana para terminar diciendo que lo que él garantizaba era un estado laico. Ciertamente, el principal problema del país en este momento. Soy más partidario de hablar de aconfesionalidad o de separación entre religión y estado, y quedan temas pendientes, pero no creo que la confesionalidad del Estado sea ahora el gran problema.

También, por otra parte, se está utilizando en esta campaña electoral el miedo a la diversidad para captar votos asegurando que no se abrirá ninguna mezquita en Barcelona (imaginan la misma campaña contra la Sagrada Familia porque rompe skyline laico de la ciudad?). Un despropósito porque precisamente la participación en la vida comunitaria religiosa es lo que más socializa y permite transmitir mensajes de cooperación y arraigo entre la comunidad. O incluso tener los extremistas más controlados. Pero los integristas islámicos (y católicos) se crían en internet y en el desarraigo comunitario, no en las comunidades religiosas arraigadas en el territorio.

Son dos extremos de las grandes alabanzas a la diversidad o de la agitación del miedo a la diversidad. Sólo dos extremos. Pero creo que sería más razonable sencillamente la gestión y el acompañamiento de la realidad.

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