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4º Domingo de Cuaresma. Ciclo B
Barcelona, ​​15 de marzo de 2015

Como creyentes que somos y que queremos ser debemos comenzar diciendo que Dios ama al mundo entero no sólo aquellas comunidades a las que ha llegado el mensaje de Jesús.
Dios ama todo el género humano, no sólo la Iglesia.
Dios no es propiedad exclusiva de los que nos llamamos cristianos.

Dios no debe ser acaparado por ninguna religión. Por eso no puede caber
– en ninguna catedral
– en ninguna mezquita
– en ninguna sinagoga.

Dios habita en todo ser humano acompañando cada persona en sus alegrías y desgracias.
Jesús lo veía cada mañana haciendo salir el sol sobre buenos y malos.

Dios no sabe, ni quiere, ni puede hacer otra cosa que amar.
Por eso dice el evangelio que ha enviado a Su Hijo no para condenar al mundo sino para que se salve por medio de Él.
Dios ama el cuerpo tanto como el alma, el sexo tanto como la inteligencia.
Dios quiere que la humanidad entera disfrute de su creación.

Este Dios
– sufre en la carne de los hambrientos y humillados de la tierra
– está en los oprimidos defendiendo su dignidad
– está con los que luchan contra la opresión animando sus esfuerzos
– está siempre en nosotros para buscar y salvar lo que nosotros echamos a perder.

Dios es así.
Nuestro error más grave sería olvidarlo.

¿De qué sirven los discursos de los
– teólogos
– moralistas
– predicadores
– y catequistas si no hacen la vida más bella y más luminosa recordando que el mundo está envuelto, por los cuatro lados, por el amor de Dios?

Dios nos invita a la confianza, no a los miedos y temores.
Porque Dios es Dios de vivos, no de muertos.

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