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Domingo IV del tiempo ordinario. Ciclo B
Barcelona, ​​1 de febrero de 2015

La forma, el estilo de enseñar de Jesús provocó en la gente la impresión de que estaban ante algo desconocido y admirable.
Jesús NO enseñaba como los letrados oficiales. Lo hacía con autoridad: su palabra liberaba las personas de espíritus malignos.

No debemos confundir autoridad con poder.
La palabra de Jesús no proviene del poder.
Jesús no trata de imponer su propia voluntad sobre los demás.
No enseña para controlar el comportamiento de las personas.
No utiliza nunca la coacción ni las amenazas.
La palabra de Jesús no está revestida de poder institucional.
Su autoridad nace de la fuerza del Espíritu. Proviene del amor a la gente.

Jesús busca:
– aliviar el sufrimiento
– curar las heridas
– promover una vida sana.

Jesús no genera sumisión, ni infantilismo ni pasividad.
Jesús libera de los miedos, infunde confianza en Dios, anima a las personas a buscar un mundo nuevo.

Este es el momento de volver a Jesús y enseñar como Él lo hacía.
Nuestra palabra debe ser cercana, acogedora, capaz de acompañar la vida sufriente de la persona, de las personas.
La palabra sanadora de Jesús ha de encarnarse en nosotros.
Necesitamos el máximo respeto y estima positiva de las personas, sean como sean y piensen lo que piensen.
Sólo así seremo capaces de generar esperanza y curar heridas.

La autoridad de Jesús se asocia en los evangelios a la capacidad de expulsar demonios.
Es decir: la autoridad no consiste en saber o tener títulos y cargos sino en el poder aliviar el sufrimiento de los demás.
Para ello no es necesario poseer poderes sobrenaturales.
Quien no ama no actúa.

Lo que más necesita la gente –¡lo necesitamos todos!–, no es que nos prediquen sabias doctrinas o complicadas teorías. Nada de eso.

Lo que más necesitamos es que nos liberen de las fuerzas del mal que nos causan sufrimientos y que, a veces, nos hacen muy, muy desgraciados.

Desde esta panorámica es evidente que el Reino del Cielo será necesariamente de los pobres y desesperanzados. ¿Por qué?
Porque el reino de aquí abajo, el reino de la tierra, está bien claro –escandalosament claro, indignamente claro–, que es exclusivament de los banqueros y de la gente adinerada.

Ellos son los dueños exclusivos y privilegiados.
Y, si los escuchas, ¡aunque se quejan!
¡Qué vergüenza! ¡Qué escándalo!

Mi abuela tenía toda la razón del mundo cuando decía: "El mar como más tiene, más brama." Así son los banqueros. Así son los adinerados. Son como el mar que cuanto más tiene, más brama.

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