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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Mueve millones de euros, desata pasiones colectivas, está en manos de grupúsculos de poder, se envuelve con banderas nacionales, tiene una presencia desorbitada en los medios, eleva sus templos con arquitecturas mastodónticas, vive de las deudas y los privilegios… Se trata del fútbol. La clave: identificarse con un equipo. Sin este requisito, perder o ganar sería lo mismo. La identificación permite apropiarse del triunfo y hundirse en la ciénaga si llega la derrota. Lo que ocurre no está en las manos de los seguidores, que se reducen a convertirse en cajas de resonancia. La música viene de fuera. Sorprende ver que una realidad de dimensiones tan colosales tiene los pies de barro. Un error arbitral, por ejemplo, tiene consecuencias imprevisibles. ¿Cómo puede ser que un hecho de tales proporciones se sostenga a través de hilos tan finos? Sólo así es manejable desde el poder. No hay racionalidad. Sólo negocio. Nula transparencia. Juego sucio. El espectáculo hace olvidar los tejemanejes. Existen. Basta focalizar la cámara sobre el balón. El resto se esconde.
La característica que predomina en el fútbol es la arbitrariedad. El diccionario recoge su significado: «Acto o proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes, dictado solo por la voluntad o el capricho.» Raíz latina próxima a la palabra árbitro. Así van las cosas. Recuerdo la canasta de José Antonio Montero en la final de la Euroliga en 1996 entre el Barça y el Panatinaikos. El pívot croata Vrankovic taponó irregularmente el tiro de Montero. Los árbitros, al no darla por válida, impidieron que el Barça se proclamara campeón. La FIBA le dio la razón, pero no se modificó el resultado. Hoy el baloncesto ha evolucionado mucho y los árbitros consultan a los monitores. En tenis, el ojo de halcón afina les decisiones técnicas. El fútbol no sabe evolucionar, porque está en manos de poderes ultraconservadores que lo manejan a su antojo.
Vayamos a los dos últimos títulos de la Federación Española. Mateu Lahoz arbitró la Copa del Rey entre el Barça y el Real Madrid. El Barça ha vivido este año en el Dragon Khan de los despropósitos internos y externos. Pese a ello, los azulgranas fueron eliminados por el árbitro al conceder a Di Maria un gol en fuera de juego. Mateu Lahoz tiene fama de no intervenir en las jugadas. Deja hacer, hecho que beneficia a quienes desarrollan un juego más físico. Pero, pocos observan que interviene y mucho en el resultado. Como reconocimiento a su labor por la causa, le nombraron árbitro también para el final de la liga en el Nou Camp entre Barça y Atlético de Madrid. La anulación de un gol de Messi dio la copa al Atlético. En dos partidos, Mateu Lahoz han conseguido dos títulos importantes, mucho más que la mayoría de equipos de primera división han obtenido en toda su historia. Martino ha regresado a Argentina como un fracasado, pero sin la «arbitrariedad» del fútbol hubiera sido un héroe, como Messi al apuntalar un triunfo agónico. Todos sabemos lo que ocurrió. Nadie puede conocer la alternativa. Muchos aficionados y periodistas, con ingenuidad, sueñan que el Barça haga historia, mientras otros se la escriben.
Hechos que revelan la verdad de las palabras del Eclesiastés: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad.»
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