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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Desde la renuncia de Benedicto XVI y la elección del papa Francisco, se ha producido un cambio espectacular de percepción general sobre la Iglesia, dentro y fuera de la misma. No obstante, ni la Iglesia estaba tan mal con Benedicto XVI ni ahora está tan bien con el papa Francisco. Las transformaciones profundas necesitan tiempo y asimilación. Estamos vislumbrando un nuevo horizonte, pero no hemos llegado todavía. El papa Francisco es clave en esta tarea, pero hay más factores que entran en juego.
Primero, el centro de la Iglesia es Jesucristo. Siempre está en su corazón, en cualquier momento de la historia. Pese a que se produzcan vaivenes en la barca, Él garantiza la travesía. Los timoneles tienen su función, importante y necesaria, pero no son la razón última del viaje. Conviene recordarlo en los momentos malos, pero también en los buenos, que son más breves y pasajeros. El Espíritu hincha las velas para impulsar la barca hacia el Reino.
Segundo, Benedicto XVI y Francisco son las dos partes de un díptico. Difícil de entender el uno sin el otro. En el Credo, se afirma que antes de la resurrección hay que bajar a los infiernos. Ésta fue la tarea de Benedicto XVI: pederastia, Instituto para las Obras de Religión (IOR), Vatileaks, curia vaticana, rechazo mediático... Culmina en su renuncia, momento excepcional de gracia y de lucidez. Formas modélicas y fondo revolucionario. Saber estar en la sombra sin entorpecer los pasos de su sucesor. Labor harto difícil. La tarea que el Espíritu ha encomendado al papa Francisco tiene que ver con la resurrección: nuevas formas y nuevos lenguajes en sintonía con la alegría del evangelio, título de su primera exhortación apostólica. Desprendido de atavismos. Momentos de ilusión y de esperanza. También transitorios, porque tarde o temprano llega la persecución. Si solo son expectativas humanas, acabarán en frustración. Si tienen raíz evangélica, pasarán acaso por la cruz pero acabarán en la resurrección.
Tercero, una propuesta de seguimiento de Cristo sin complejos. Pecadores, sí, pero con la misión irrenunciable del anuncio. Respeto a la pluralidad sin ahogar la propia identidad. Propuesta de vida sin imposiciones. Resonancia de las palabras de Jesús: «Si quieres…» Un cambio sustancial en las tareas pastorales. No podemos silenciar el Reino de Dios. Una falsa prudencia supondría traicionar la misión. El papa Francisco insiste en este punto. Hay que salir de las seguridades a las periferias. Es preferible una Iglesia accidentada por salir, que enferma… Los desafíos son inmensos. Las prioridades deben surgir del evangelio, más que de las reclamaciones mundanas. Cada cristiano tiene que asumir su vocación en la Iglesia. Los laicos tienen la suya que no puede ser minusvalorada por más tiempo.
La imagen inédita de los dos papas, vestidos de blanco, nos habla de fraternidad y de tiempos nuevos, que son los que ahora nos toca vivir.
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