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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
No hay escapatoria posible. Las instituciones sociales de Iglesia, así como sus afines de otras procedencias, están atrapadas en un dilema. Su presencia en la realidad humana les permite captar con toda crudeza el sufrimiento, la pobreza, la marginación… de tantas personas hundidas en la miseria y, acaso, en la desesperación. Las estadísticas triunfalistas y el entusiasmo por los datos macroeconómicos se estrellan ante el rostro de una persona excluida. Estas instituciones y quienes trabajan en ellas viven un profundo dilema social. Su inquietud aumenta al tiempo que sus recursos disminuyen. Cada vez más destinatarios llaman a sus puertas. Las ayudas de la administración se reducen. Incluso, se agotan.
¿En qué consiste el dilema? Si por agotamiento de fuerzas y recursos se deja de atender a los necesitados, los pobres caen en el abismo. No se puede tolerar que esto suceda. Por otra parte, si se les atiende, las administraciones públicas se aprovechan. Ya hay quien hace su trabajo. Cuentan con la seguridad que no dejarán de atenderlos, porque conocen la ética y el temple de las personas que trabajan o son voluntarias en las instituciones religiosas, así como de sus afines en el campo social. Se sienten atrapadas en un callejón sin salida. Otros dilemas se dibujan en su horizonte: asistencia o promoción. El sistema es perverso. Los postulados neoliberales, causantes de la crisis, se aprovechan de la coyuntura para enriquecerse a costa de los pobres. Se reflotan bancos sin pestañear, mientras se escatima cualquier ayuda social.
Si se llevara a cabo una huelga de las instituciones de Iglesia y de sus afines en el campo social, si por una semana se dejara de atender a los pobres y marginados…, la catástrofe humana sería de incalculables proporciones. Sólo entonces algunos gobernantes abrirían los ojos y asistirían aterrados al desplome. Esto no sucederá, porque los pobres, excluidos y marginados no pueden ser moneda de cambio.
¿Qué hacer? Denunciar con toda firmeza las perversiones del sistema, sin caer en planteamientos ideológicos, desde un humanismo profundo. Denunciar las leyes injustas, la corrupción favorecida por la connivencia entre las élites, el poder político y el mundo judicial, el fraude de proporciones gigantescas… Sin odios, pero con solidez. Sin dejarse utilizar por los partidos políticos, las asociaciones de empresarios o las fuerzas sindicales. Con falsas leyes de seguridad ciudadana, se quiere amordazar a una sociedad para que narcotice su conciencia.
Si no se toman políticas preventivas de urgencia, la solución a los problemas de hoy tardará años en llegar. Si se cronifica la pobreza y la marginación, hipotecamos el futuro de las nuevas generaciones. Poco le importa a una visión cortoplacista, pero la solidaridad no puede silenciarlo. Todo ello, desde actitudes profundamente democráticas. Siempre a favor de la justicia y la dignidad de las personas, por encima de los intereses económicos, políticos y financieros.
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