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Bautismo de Jesús. Ciclo A
Barcelona, ​​12 de enero de 2014

Hace pocos días hemos comenzado un nuevo año. Naturalmente, el nuevo calendario no cambia las cosas ni las personas.
Los problemas y los sufrimientos siguen ahí martilleándonos.
¿Qué debo hacer yo para sentirme bien?

A veces, pensamos que lo decisivo es que cambien las cosas.
Esperamos que vengan cosas buenas
– que las personas nos traten bien
– que todo vaya mejor y responda a nuestras necesidades.
Pero con el paso de los años nos damos cuenta de que es imposible tanta ingenuidad.

La pregunta clave es ésta: Para sentirme mejor ¿debe pasar algo fuera de mí o, justamente, dentro de mí mismo?
¡Esta es la gran cuestión!
Por ello, al comenzar el año, son muchas las personas que se proponen vivir de manera más sana y ordenada, cuidar más su cuerpo, estar más en contacto con la naturaleza, etc.
Otros han descubierto que es su vida interior la que está suelta y descuidada. Y, con verdadero esfuerzo, se ejercitan en técnicas de interiorización y meditación, buscando la paz y la serenidad.

Pero la persona humana no puede crecer de manera armoniosa y plena si faltan dos experiencias fundamentales.
La primera de ellas es el amor.
Puede parecer un tópico decir que la gente está enferma por falta de amor y que lo que muchos y muchas necesitan urgentemente es sentirse queridos. Pero realmente es así. De ahí la gran importancia de las buenas amistades.

La segunda experiencia es el sentido, porque no hay vida humana completa y satisfactoria si la persona no encuentra una motivación y una razón profunda para seguir viviendo.
La fe cristiana no es una receta para encontrar la felicidad. Ser creyente no hace desaparecer de nuestra vida
– los conflictos
– las contradiccions
– los desengaños
– los sufrimientos propios del ser humano.

Pero en el núcleo de la fe cristiana hay una experiencia básica que puede dar un nuevo sentido a todo.
¿Cuál es esta experiencia básica?
La podemos formular así:
Yo soy amado no porque sea
– bueno
– santo
– sin pecado
sino porque estoy habitado y sostenido por un Dios Santo que es amor insondable y gratuito.

Contra lo que algunos y algunas puedan pensar y puedan decir, ser cristiano no es creer que Dios existe, sino que Dios me ama y me ama incondicionalmente tal como soy y antes de que cambie en mejor.
Esta es la experiencia fundamental del Espíritu.
El bautismo del Espíritu que nos recuerda el relato evangélico y que tanto necesitamos los creyentes de hoy.
El sentido, la esperanza, la vida entera del creyente nace y se sostiene en la seguridad plena de saberse y sentirse amado por Dios.

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