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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
La alegría hunde sus raíces en los pozos profundos del corazón humano, pero emite indicadores de su presencia. Sonrisa, cara de satisfacción, expresión de los ojos. Sin embargo, no todo lo que tiene apariencia de alegre, lo es. A veces, sólo existe el gesto, la mueca, cuando el júbilo no nace del interior. Se construye así una caricatura. Una de las acepciones de la palabra alegría el diccionario la reduce a irresponsabilidad y ligereza. Por esto, se buscan alicientes y estimulantes para construir la alegría desde el exterior. En épocas navideñas, la alegría es un producto que se vende en los mercados. La publicidad y el consumo prometen felicidad, que desaparece cuando se tira el envoltorio a la papelera. Se busca un nuevo recurso. Los músculos del rostro se acartonan. Fachada. No hay fondo. No obstante, permanece la nostalgia por lo auténtico. El corazón siempre peregrina, aunque a trompicones, hacia la libertad y el amor.
Un texto bíblico, el capítulo 2 del evangelio según san Lucas, traza con precisión los horizontes de la verdadera alegría. Tras el nacimiento de Jesús, un ángel es enviado a dar un mensaje a los pastores, que duermen al raso y están vigilantes. Sus protagonistas no tienen protección y son pobres. Además están en alerta, porque sin estar despiertos no hay conciencia posible. El ángel les dice: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
Primer paso para gozar de la alegría, quitar el miedo y el temor, que tanto dañan nuestra vida espiritual. Segundo, encontrar una razón que, como una fuente interior, haga brotar con fuerza las aguas transparentes. Navidad es conectar con Dios, que reside en lo más profundo del corazón. Más allá de las ideas y de los sentimientos religiosos, donde a menudo existen pugnas y desencuentros. Éste es el auténtico regalo de cada Navidad, que suele pasar inadvertido. Hay que dormir al raso y estar vigilante para advertirlo. Ésta es la gran alegría para cada uno y para todo el pueblo. La presencia de Dios en el corazón humano. Si alguien llega a conectar con él, habrá llegado a la fuente de la alegría. No se trata de conquistar, sino de dejarse invadir. Un camino de contemplación, donde las palabras se reducen a su esencia. El encuentro se produce en el silencio de la noche. Toda alegría suele tener señales e indicadores. El signo que se ofrece a los pastores es un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Van a toda prisa. Cuando alguien ha descubierto el sentido profundo de la vida, no puede detenerse. El miedo paraliza, pero el descubrimiento impulsa. Ven al niño junto a María y José. Comprueban por sí mismos —nadie lo puede hacer por otro— que la infancia espiritual, la pobreza y el amor son signos inequívocos de la verdadera alegría.
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