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Por Jordi Llisterri i Boix .

Ya me perdonarán pero es que a veces creo que somos demasiado cándidos. Este domingo lo redescubría leyendo el fantástico díptico de Enric Juliana en La Vanguardia sobre la sucesión del cardenal Rouco. Al final del artículo, Juliana recoge un detalle de las memorias de José María Aznar muy relevante. El mismo Aznar explica cómo presionaron a Roma en el proceso de sucesión del cardenal Ricard Maria Carles en Barcelona: "Mi gobierno insistió en la Santa Sede en el error de ceder a la presión de las diócesis catalanas para nombrar a un sustituto de perfil nacionalista y en la conveniencia de atenerse al principio de universalidad que hacía posible y recomendable un nombramiento diferente, como ocurría en otros lugares del mundo".

Es decir, que el embajador en la Santa Sede, Carlos Abella, si que utilizaba la Iglesia para los fines políticos del gobierno español. El mismo personaje que ahora se ha convertido en uno de los columnistas de la caverna mediática y que en aquellos mismos años no perdía la pista los movimientos del gobierno catalán en el Vaticano para intentar hacer entender que no se podía nombrar un obispo en Barcelona con el mismo perfil que se nombra en Valladolid. Abella bloqueó cualquier intento de abrir una oficina en Roma del gobierno catalán y cuando se hizo dejó bien claro que todo lo que se refería a las relaciones con la Santa Sede (ni que fueran culturales) debían pasar por él. Ahora ya sabemos el porqué de boca del propio Aznar. Porque su objetivo principal era poner a Barcelona un obispo a gusto de la FAES.

Además, su candidato era Manuel Ureña, el actual arzobispo de Zaragoza. Un nombre que ya sonaba y que hizo las delicias de los quintacolumnistas eclesiales catalanes. Ellos inventaron la broma de "Derribos Ureña ", que no dejaría piedra sobre piedra de la Iglesia catalana con perfil propio. Un candidato tan acertado que luego en Zaragoza, obsesionado en llenar el seminario, tuvieron que intervenir desde Roma para acabar con la falta de control en la selección de las vocaciones que acogía y antes de que tubiera que intervenir la Guardia civil. Un gran candidato para Barcelona, ​​sin duda.

Finalmente, Aznar se ve que culpa al cardenal Re, entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, de haber impedido esta operación y escoger finalmente un perfil más moderado como Martínez Sistach. Para Aznar un nacionalista demasiado radical. Que Santa Lucía le conserve la vista.

Pues bien, ya sabíamos que la cosa había sido así. Pero que ahora lo reconozca su máximo inspirador en el aquel momento, quiere decir que no son confabulaciones o manías persecutorias. No son victimismos. Es una prueba más de que realmente dentro de la Iglesia española se alojan sectores muy relevantes que quieren convertir la Iglesia catalana en un simple instrumento para, como diría el ministro, españolizar los católicos catalanes.

De todo ello pronto hará diez años, pero escuchando al cardenal Rouco este lunes nada hace pensar que esto haya cambiado. Y mientras esto ocurre, no podemos seguir candidamente pensando sólo que la providencia nos enviará unos obispos que puedan compartir y servir la forma de ser de la Iglesia en Cataluña.

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