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Por Francesc Riu i Rovira de Villar .

En los informes PISA (Programa Internacional para la evaluación de los estudiantes), España ocupa un lugar que no nos gusta. Los adolescentes de quince años no superan con holgura las Pruebas de la OCDE que, desde el año 2000, cada tres años valoran los niveles de comprensión lectora, cálculo aritmético y habilidades científicas. Unos setenta países, incluidos los que forman la Unión Europea, participan en estas Pruebas, que gozan de un merecido prestigio. En el próximo mes de diciembre sabremos los resultados de las Pruebas aplicadas en el año 2012. ¿Qué resultados obtendremos?

Este mes de octubre hemos conocido los resultados del Programa PIAAC (Programa Internacional para la evaluación de las competencias de la población adulta), una nueva versión del Programa PISA diseñada para los ciudadanos de edades comprendidas entre 16 y 65 años. Se ha aplicado en 23 países de los más desarrollados de la OCDE y de la Unión Europea. Andreas Schleicher es el responsable del Programa PISA y ha dirigido esta nueva investigación. Entre otros comentarios, ha escrito: «Uno de cada cinco jóvenes españoles (entre 16 y 25 años) no puede leer tan bien como se esperaría de un niño de 10 años». «En promedio, los jóvenes japoneses y los holandeses que han cursado estudios de postsecundaria superan fácilmente a los graduados universitarios españoles, y más de un tercio de estos no obtienen una puntuación más alta del nivel 2 en la prueba de comprensión lectora (el nivel máximo es 5). Por tanto, no están suficientemente preparados para lo que sus puestos de trabajo les exigen». Schleicher también ha indicado la orientación que debería darse a las eventuales reformas de nuestro sistema educativo, y nos ha dado un consejo: «Ahora España tiene que poner en marcha un mecanismo de reactivación que comporte una mejora de los resultados. Dicho de otro modo, debe elevar la calidad y la relevancia de la educación, porque todavía no lo ha hecho».

En el pasado mes de noviembre la Comisión Europea invitó a los países que están en una situación semejante a la nuestra a «repensar la educación e invertir en competencias para mejorar los resultados». No podemos continuar haciendo lo que hemos hecho hasta ahora como si nada hubiese sucedido. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

Nuestra sociedad está sometida a una profunda transformación cultural que afecta a todas las dimensiones de la persona. Por ello, las escuelas deben organizarse de tal modo que la formación que ofrecen a las nuevas generaciones sea realmente la que los jóvenes necesitan adquirir para incorporarse a esa sociedad, colaborar activamente en su mejora, acceder a un mundo laboral en continua evolución, y realizarse plenamente como ciudadanos competentes. Es decir, a lo largo de su escolarización todos los alumnos, muchachos y muchachas, deben tener la oportunidad de adquirir y desarrollar las competencias requeridas, no solo en el ámbito del saber (conocer), sino también en los ámbitos relativos al saber hacer, al saber estar y, sobre todo, al saber ser.

Esta opción exige necesariamente una nueva concepción de currículo escolar y el consiguiente diseño de unos nuevos currículos para las diversas etapas educativas, unos currículos que respondan a la finalidad real de toda escuela: ofrecer a todos los alumnos una educación de calidad que facilite su desarrollo integral y una respuesta adecuada a las nuevas necesidades de la sociedad en la que viven y vivirán.

Por ello, hoy las escuelas se encuentran ante un desafío que pone en cuestión el modelo educativo que ha sido habitual a lo largo de las últimas décadas. Ahora se requiere un cambio de mentalidad en los directivos de todos los centros docentes y en los profesores de todas las etapas. Una nueva concepción del currículo comporta nuevos métodos pedagógicos y nuevos criterios de evaluación. En el fondo, un nuevo estilo de relación entre profesores y alumnos. Se trata, ciertamente, de un nuevo modelo de educación escolar.

Este modelo de educación no infravalora el aprendizaje de los llamados contenidos de enseñanza, sino que orienta su aprendizaje al logro de los objetivos propios de cada etapa y a la adquisición de unas competencias que hagan de los jóvenes unos ciudadanos realmente capaces de construir su futuro.

No nos engañemos. Tenemos que afrontar esta cuestión con garantías, atendiendo a las insistentes recomendaciones de la OCDE y de la Comisión Europea; no va a ser necesario inventar nada que no se haya aplicado con éxito en otros países situados por delante de España en los Informes PISA, cuyos resultados no podemos ignorar en absoluto.

Para superar la situación en que nos encontramos, cada escuela deberá ejercer su autonomía diseñando su oferta educativa y sus propios métodos pedagógicos, respondiendo así a las necesidades de sus alumnos y dando sentido a su proyecto educativo. Este es el desafío al que los equipos directivos y los profesores de todas las escuelas tendrán que responder con lucidez y creatividad en los próximos años. El futuro de las escuelas de iniciativa social dependerá de la respuesta a este desafío.

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