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Por Ramon Bassas .

No sé si se habría podido evitar. Conozco un poco un precedente, de primera mano, en la que mucha cocina y algún gesto (al que aludí elípticamente aquí) contribuyeron, en otra beatificación de un mártir de la guerra civil, a que presidiera el evento un discurso concreto, de reconciliación entre hermanos, que una revancha o una confrontación, como gusta a muchos sectores por un lado y la otra cada vez que hay ocasión. Hoy lo han dicho muy bien los dirigentes de la Unión de Religiosos de Cataluña, lo explicaron bien Fuentes, Miracle y Puig en un buen arículo en el Diario de Tarragona y hoy lo recordaba el periodista Oriol Domingo. En el caso de las más de 500 beatificaciones que el próximo día 13 de octubre se celebrarán en Tarragona ignoro si ha habido "cocina y gestos" pero reconozco que era más complicado.

Así que era complicado. En primer lugar, por el número. En segundo lugar, por la implicación directa de la Conferencia Episcopal Española, cuya dirección parece más dedicada a avivar fuegos que a la diplomacia. En tercer lugar, porque -como vimos en los procesos de "memoria histórica" ​​iniciados durante el anterior Gobierno- a veces curar heridas puede hacer que vuelvan a hacer daño (cuando era pequeño y me ponían alcohol en las heridas o me pinchaban me decían "si pica es que cura"). Y, en cuarto lugar, me temo, porque no es tan sencillo como parece prescindir de antiguos clichés en un país como el nuestro, con tendencia al uso de la religión como división, que incluye una iconoclastia violenta, muy presente durante la guerra, pero con precedentes no siempre conocidos (como ha explicado muy bien Manuel Delgado).

De modo que llegaremos a la fecha, parece, con cierto calentamiento, como leíamos ayer en La Vanguardia . El amigo Jordi López Camps ha escrito sabiamente al respecto en CatalunyaReligió.cat. Pienso que no hay que añadir mucho más. El manifiesto que han firmado varias entidades contra el acto de beatificación, como dice López Camps, ni tiene en cuenta la historia, ni hace honor a la reparación de la memoria histórica que dice defender. Bien el contrario, ante la ruptura del tabú de los muertos de la guerra, de las fosas donde yacen miles de cadáveres de asesinados por el bando franquista, no puede imponerse otro tabú sobre los muertos causados ​​por el otro bando. Al contrario: honrar todos los muertos (que "pique") es una magnífica manera de decirnos unos a otros que esto no debe pasar nunca más (que "cure"). Y que las tradiciones políticas herederas de aquellos dos bandos asuman como propio el dolor de todos, empezando por los inocentes. Si ha pasado suficiente tiempo para revisar el pacto constitucional en algunas cosas, quizá también debe haber pasado para que nos expliquemos mutuamente los dolores callados su día (que hicieron bien hecho) y, así, ventilar un poco más juntos. Y, quizá, ahorrarnos el psicoanalista. Dicho esto, quisiera plantear tres preguntas, que dejo en el aire, con alguna reflexión.

1. ¿Por qué no hay espacios de diálogo?

Lo primero que constato en este tipo de polémicas es que, en el fondo, hay un grave problema de diálogo, de sobreentendidos, de tópicos mutuos, de ignorancia mutua. Uno de los mejores legados de Benedicto XVI ha sido la iniciativa del Atrio de los Gentiles. Humildemente, propongo que se convierta en un programa permanente, que mantenga el nivel alto pero que abarque mucho más que lo que conocemos como "cultura" en la búsqueda de espacios de encuentro y de trato entre iguales entre creyentes y no creyentes. Que sea alrededor de temas de interés común y en la pregunta nunca respondida del todo sobre el sentido.

2. ¿Por qué molesta la simbología religiosa en el espacio público?

La reciente Carta de Laicidad que las escuelas francesas han colgado estos días, en que la exhibición de simbología religiosa está prohibida, la decisión del jefe de la oposición del Ayuntamiento de Barcelona de no ir a la Misa de la Merced, otorgando a la derecha la única representación popular en este evento tradicional; junto al citado manifiesto son, en mi opinión, los síntomas más recientes de un reclamo pseudo-iconoclasta por relegar la dimensión pública del hecho religioso con la excusa de una sociedad libre (laica). Una libertad (laicidad) curiosa. El citado libro de Delgado aduce que esta actitud compensa el exceso del mundo católico por la imagen, el extrovertimiento religioso y la mediación; tres elementos ausentes, por ejemplo, en el mundo protestante (y, quizás, a la estética post-conciliar, ahora claramente en crisis). Pero el puritanismo iconoclasta no tiene en cuenta el carácter narrativo y simbólico a través del cual las personas aludimos en nuestro sentido (religioso o no), y que su ausencia del espacio público es, en realidad, un enmudecimiento, unas cosas que quedan "sin decirs "y que estallarán, quizás, por algún otro lado menos contenido. De nuevo, una represión.

3. Tan fácil es ser santo?

Ya sé que no los hacen santos, tan sólo beatos, pero ya nos entendemos. Ahora voy a hacer "teología barata", aviso. Uno de los problemas de beatificar a más de quinientas personas podría ser la sensación de adocenamiento, de que primara la cantidad ante la calidad, que no se hubiera tenido suficiente cuidado en los expedientes individuales (no sé eso va así). En fin, como si ser "santo" fuera demasiado fácil. A mí, esta crítica, más bien me reconforta. Primero, porque señala la muerte violenta como un hecho con suficiente entidad: quitar la vida, parece decir, la vida de cualquier persona, aunque no la "mereciera", es lo peor que podemos hacer los humanos. Segundo, porque la "santidad" no es un hecho excepcionalnal, lo es, aunque parezca lo contrario, el "mal estructural". Y, tercero, porque no cabe esperar que la Iglesia lo canonice, a cualquiera, por ser "santo". es decir que, si fuera el caso de que abrieran demasiado el grifo (no creo que sea el caso, pero), ya me estaría bien. Y si fuera el caso de que algunos de los nuevos beatos tuvieran alguna "mancha", mejor, así se parecería más a los que seguramente nunca seremos beatos porque tenemos más manchas que un dálmata.

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Nota del autor sobre el título: El título alude a una famosa canción del grupo catalán "Els Pets", cuya traducción sería incomprensible. El verbo 'esborronar' (que Google traduce como "espeluznar") vendría a ser "horrorizar", o "poner los pelos de punta" (Diccionario DIGEC).

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