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A la detención de un alto cargo vaticano vinculado al IOR, monseñor Nunzio Scarano, relacionado con el blanqueo de dinero, ha seguido, martes, la dimisión del director y subdirector del "banco Vaticano", que desde hace décadas ha sido identificado en operaciones financieras internacionales propias de países que son "paraísos fiscales", al margen de la escasa legalidad internacional que regula el movimiento de las finanzas internacionales.

El IOR ha sido salpicado periódicamente por operaciones que lo identificaban más con la mafia o las Islas Caimán que con la Iglesia y su misión evangelizadora en el mundo.

El IOR debe terminar. Es una institución que está haciendo un mal inmenso a la Iglesia y a su credibilidad. Protegido contra toda lógica por la estructura de estado independiente que rodea -¿hasta cuando?- El gobierno de la Iglesia Católica, se ha convertido en un instrumento perverso que podría estar detrás de las operaciones más oscuras que sacudieron los últimos años de Benedicto XVI.

El papa Francisco tiene una gran oportunidad de dar más señales de su decisión -y muy probablemente del mandato recibido durante las Congregaciones y el Cónclave- de hacer un cambio en profundidad en la gobernanza romana de la Iglesia. Aunque probablemente tendremos que esperar a la reunión de los cardenales responsables de hacerle una propuesta de reforma de la curia, resultan del todo necesarias decisiones que reorienten el rumbo de la curia y de instituciones como el IOR. Lo más sencillo, y esperado, es acabar con el IOR y suprimir toda institución financiera que pueda estar confiada a la Iglesia.

La misión de la Iglesia es el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio, y este anuncio se concreta en muchas mediaciones y tareas, pero ninguna pasa por mantener un banco, ni mucho menos un banco que actue como "paraíso fiscal" y centro de blanqueo de dinero de todo tipo. No se puede justificar.

Ganar credibilidad, legitimidad, coherencia entre la predicación y la acción pasa, ahora, por acabar con el IOR.

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