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Desde hace más o menos un año, nos reunimos, de manera periódica, Josep Miró Ardèvol, Josep Maria Cullell, Jordi López-Camps, Francesc Torralba y un servidor. Sin querer representar ninguna de las instituciones en las que trabajamos socialmente y eclesialmente, y siempre a título individual, nos hemos encontrado para compartir los diferentes itinerarios espirituales y eclesiales, nuestras diferentes miradas sobre la situación que vivimos, con la convicción de que lo que nos une y que asienta nuestras vidas es más fuerte que lo que nos separa.

La mayoría de nosotros hemos sido unos defensores del diálogo ecuménico y interreligioso, pero demasiadas veces hemos abandonado el diálogo ad intra. Durante este año, hemos querido, precisamente, visualizar que no sólo es posible e indispensable un diálogo de este tipo, sino que es necesario y que, más allá de nuestros itinerarios, es nuestro deber promover espacios eclesiales de comunión y compromiso. Por eso hemos publicado tres artículos en La Vanguardia y convocado el acto en el Colegio de Abogados sobre "Iglesia: pertenencia y corresponsabilidad".

Cada uno intervino desde diferentes ópticas vitales, con una magnífica presentación del periodista Enric Juliana. López-Campos haciendo una confesión de fe, Torralba, hablando las bases de la responsabilidad y la pertenencia, apostando por un humanismo global partiendo de nuestra herencia cristiana, Miró-Ardèvol, reivindicando la fuerza de la unidad y de la comunidad cristiana ante la fragmentación y el individualismo creciente. Yo me atreví a proponer algunas líneas de fondo de cara al futuro de la Iglesia. Fue un acto austero, sencillo, donde quisimos reivindicar nuestra herencia cristiana y su vigencia en la sociedad.

Probablemente, uno de los problemas graves que estamos viviendo, y que se encuentra en la base de la actual crisis en las sociedades occidentales, radica en "el eclipse de Dios" y el arrinconamiento de la fe en el ámbito privado. En las sociedades occidentales que, al menos hasta ahora, han vivido en una cierta opulencia y bienestar material desde hace más de treinta años, se ha buscado la retribución material, la relación con el otro desde el individualismo de matriz utilitarista y la búsqueda de la seguridad física y material. Las personas se han disuelto en individuos. El estado ha chupado las dinámicas comunitarias, las grandes corporaciones, las societarias, y los medios de comunicación oscurecen y masifican nuestro entorno.

La respuesta, las respuestas, las alternativas no son fáciles. Las tentaciones de soluciones mágicas siempre aparecen en estos momentos. Desde la fe, no creo que se derive ni un programa político, ni una respuesta política, única y redentora. Pero sí pienso que desde la fe y desde la Iglesia, como minoría creativa o comunidad de sentido que se ofrece a la sociedad, emerge un grito de amor y misericordia, de perdón y reconciliación, de fraternidad, del que debemos ser testigos desde la unidad y la comunión.

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