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Durante estos meses muchos jóvenes se encuentran en pleno proceso de reflexión y de elección de estudios universitarios. Hoy la elección de una carrera es un hecho complejo que merece —además de mucha información tiempo, criterios orientadores y acompañamiento. En verdad se podría decir que muchas generaciones han vivido anteriormente este momento y que tal vez les resultó bastante sencillo. Para los futuros universitarios pautas que años atrás podían servir como referente —como la idea de la vocación, la continuidad en la tradición profesional familiar, la fortaleza y seguridad de algunos sectores laborales, la proximidad geográfica de una determinada universidad o, simplemente, el hecho de una única oferta de estudios en el sistema, etc.—, actualmente ya no lo son.
La mencionada complejidad procede de los cambios de nuestro mundo y de la enorme transformación acontecida en cuatro campos: el actual sistema universitario, el entorno profesional, el contexto social y cultural y, finalmente, la propia forma de ser de los jóvenes contemporáneos. En efecto, una enorme red de oferta académica a menudo poco diferenciada; unos escenarios laborales en plena evolución, con mucha competitividad y poca oferta y, también, con poca capacidad de previsión de lo que pasará en el futuro; una modificación significativa de los valores o de la incidencia de fenómenos como la globalización y la movilidad internacional; y un estilo de vida juvenil que acentúa la prioridad del presente, hacen de esta decisión un discernimiento no fácil.
No sabemos con seguridad como será el futuro pero aspiramos y trabajamos para que sea diferente. El mundo necesita una profunda mutación. Es en este contexto donde los futuros universitarios tienen que elegir. A pesar de todos estos retos muchos jóvenes llegan a elegir un grado con bastante priorización. «Su» grado o el «mejor» grado. Ahora bien, una vez realizada la elección conviene necesariamente una segunda opción tanto o más importante que la primera: escoger en qué universidad. La plasticidad de la parábola del sembrador puede ayudar a comprender la importancia del medio en relación con algo que debe crecer. En concreto, muchos estudiantes llegan a la conclusión —metafóricamente— que tienen una buena semilla (el grado) en la que depositan esperanzas, ilusiones y aspiran a un desarrollo académico, personal y profesional. Pero esta semilla necesita una tierra adecuada para hacer madurar y desarrollar todo su fruto. Ésta es la segunda cuestión clave: una elección coherente que posibilite un crecimiento y una formación integral.
Publicado en Catalunya Cristiana, núm. 1750, de 7 de abril de 2013, p.12.

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