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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
He leído a alguien unas líneas de una obra de Carlos Sebastián, catedrático de Teoría Económica de la Universidad Complutense. Su reacción ha sido nítida: se trata de España. Y no es así. El libro al que me refiero se titula: Subdesarrollo y esperanza en África. En su reflexión sobre la «persistencia institucional», el autor se pregunta: «¿Por qué los grupos de poder adoptan políticas y desarrollan instituciones económicas contrarias al crecimiento económico? Y en el mismo sentido, ¿por qué es tan frecuente la persistencia en la mala calidad de las instituciones y en los pobres resultados económicos?» Y sigue: «La respuesta a esas preguntas es muy sencilla: porque las malas instituciones económicas facilitan el control político y el mantenimiento en el poder de las élites.» No lo reduce al África sursahariana, sino que pone un ejemplo de la India. ¿Por qué mi interlocutor pensó que hablaba de España (y Cataluña)?
Los partidos políticos y determinadas élites defienden la unidad de España con el oculto pretexto de salvaguardar otros intereses: el control político y el poder en beneficio propio. La unidad patria sirve de envoltorio. Las masas se creen el producto, pero ignoran que estos planteamientos impiden su desarrollo y libertad. El sistema de financiación económica es nefasto para Cataluña, pero también para las autonomías receptoras, que se han habituado a vivir del subsidio permanente. En vez de transformar las estructuras y de aumentar la productividad, se han reducido a poner la mano con la exigencia de verla siempre llena. Han preferido multiplicar funcionarios antes que estimular emprendedores. Han impulsado fórmulas sutiles de subvenciones antes que promover trabajo y empleo. Nunca se han planteado la autocrítica ni han sido sinceros con la gente. Han cronificado la dependencia y no pueden pasar sin la ayuda de los demás. Muchos de ellos viven mejor que sus mecenas. Mientras estas malas instituciones funcionen de este modo y con estos criterios, no hay desarrollo posible y se mantiene un férreo control político así como los privilegios de la tecnoestructura, de la casta, de los altos funcionarios, de los dos partidos que, en alternancia, juegan a lo mismo. La solidaridad, impuesta de modo arbitrario, es la excusa.
Se repite una vez más la fábula de la gallina de los huevos de oro, atribuida a Esopo. Los partidos españoles, con la connivencia sumisa de sus correligionarios catalanes, no se han conformado con el huevo diario. Quieren abrir la gallina en canal para sacar la masa de oro que, creen, atesora en su interior. La gallina, por pura supervivencia, quiere escapar y crear un corral propio, pero no la dejan. No puede decidir por sí misma.
San Jorge, no te pedimos que mates al dragón, sino que salves a la gallina. Sólo entonces habrás salvado también al dragón, que siempre es mejor que matarlo.
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