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Por La puntada .

Editorial L'Agulla 84

El estallido de la crisis conllevó un cierto cuestionamiento sobre nuestra manera de vivir: nos preguntamos si no habíamos estirado más el brazo que la manga, tanto personal como colectivamente. Parecía que la crisis podía ser una buena oportunidad para poner las cosas en su sitio: restablecer prioridades, vivir la austeridad, distribuir mejor la riqueza. Pero no.

A medida que han ido pasando los meses, hemos ido constatando muy dolorosamente que detrás la crisis ha habido conductas irresponsables, fraude, abusos, corrupción, que no parece que encuentren una respuesta judicial adecuada, que la mayoría de partidos políticos no parecen reconocer ni su responsabilidad ni la necesidad de revisar no sólo cargos, sino también financiación y formas de funcionamiento; que los recursos públicos se han destinado a rescatar bancos y no personas y que este desvío de dinero, que nos endeuda el futuro, está trayendo como consecuencia el desmantelamiento del Estado de Bienestar y, con él, la desatención de la población más vulnerable y el crecimiento de la desigualdad social; que en medio del temporal el gobierno del PP aprovecha para atacar la cultura y la libertad de Cataluña. Los proyectos políticos y económicos continúan con el mismo norte que nos llevó a la crisis (el Eurovegas que se instala en Madrid o el proyecto de Barcelona World o la reforma del Puerto Viejo son una muestra), Europa desaparece tras el mercado y la política tiende a centralizarse cada día un poco más en lugar de aproximarse a la gente. A la desesperanza general, la figura de un papa dimitiendo sin haber podido incidir como hubiera querido en los males de la Iglesia no aportaba precisamente optimismo.

Pero a pesar de todo, a pesar del apatía y del desconcierto que acompañan muchas de estas situaciones, la esperanza renace: renace en la Iglesia con la renuncia valiente, lúcida y humana de Benedicto XVI, la elección del obispo de Roma Francisco; renace con la PAH y su acción contra los desahucios; renace con la reciente iniciativa del manifiesto para la convocatoria de un proceso constituyente en Cataluña; renace con las diversas iniciativas de solidaridad; renace con la creatividad que se manifiesta en el arte ; renace con el apoyo mutuo familiar a veces a través de abuelos y abuelas con pensiones escasas, y renace con la buena actuación de muchos ciudadanos críticos y comprometidos en el mundo asociativo vecinal, sindical, político, aunque su acción pase desapercibida o sea ​​poco valorada. Habrá mucho esfuerzo para el consenso y mucha imaginación para la utopía. El mundo nuevo no se hace a base de seguridades, sino de confianza mutua. Pero el Espíritu se manifiesta en la confianza en las personas, la creatividad, la capacidad de trabajar para el bien común y de compartir lo que se es y lo que se tiene. Vamos, pues.

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