Pasar al contenido principal
Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Aceptar significa saber recibir. Basta echar una ojeada a los datos contenidos en el carnet de identidad para darnos cuenta de que la inmensa mayoría de ellos son un don, algo que hemos recibido sin escogerlo: fecha y lugar de nacimiento, los padres, la lengua materna, el físico condensado en la foto… ¡Tantas cosas! Ante esto, hay diversas actitudes: agradecimiento, rebelión, disgusto, desafío, queja… A partir de estos datos, tendremos que realizar nuestras conquistas, escalar nuestras cimas, buscar nuestro bienestar, luchar por un mundo mejor.
Si una persona no se acepta a sí misma (talentos, nivel de inteligencia, físico, historia, capacidades, maneras de ser, salud…), sufrirá y hará sufrir. Aceptarse no significa dejar de esforzarse, sino trabajar con inteligencia a partir de los dones recibidos. Un adagio popular lo recuerda de manera gráfica: «Hay que arar con los bueyes que se tienen.» Aceptarse no implica perder ambición sino encauzarla a partir de los talentos que se poseen. Si alguien no tiene oído musical, no debe empeñarse en ser director de orquesta, pero acaso puede ser un excelente escritor, un buen mecánico, un magnífico deportista, un expresivo actor de teatro…
En el fondo de la aceptación de sí mismo, existe una pugna entre los ideales y la realidad. Perder de vista los ideales mantiene a la persona atrapada en una realidad chata, sin relieve. Perder de vista la realidad permite volar entre nubes, pero nunca se aterriza en nada concreto. Hay que compaginar ideales y realidad, de manera que los ideales sepan mejorar la realidad, sin romperla en mil trozos. Tanto el orgullo como la envidia impiden aceptarse. El orgullo, en nombre de los ideales, se niega a aceptar la propia realidad y se autoengaña. Deberá aprender la humildad para cultivar de manera efectiva sus talentos. La envidia, atenta a la realidad de los demás, instala a la persona en un sentimiento de inferioridad y de insatisfacción. Piensa, erróneamente, que si tuviera las cualidades de los demás podría triunfar en la vida y ser feliz. Mientras llora por no tenerlas, deja de trabajar con alegría los propios talentos y se aboca a la insignificancia.
Cuando una persona encuentra su lugar en el mundo y vive con gozo su vocación personal, cuando recibe con gratitud los regalos que la vida le trae, cuando descubre el talento que le puede hacer feliz y lo trabaja con esfuerzo y entusiasmo, no perderá tiempo en creer que las diferencias con los demás son discriminaciones y no se quejará de su suerte. Al contrario, será una persona agradecida, consciente de sus límites, porque nadie es perfecto.
En los momentos más difíciles, rezará una plegaria, que habrá aprendido de memoria: «Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia.»
Grupos

Us ha agradat poder llegir aquest article? Si voleu que en fem més, podeu fer una petita aportació a través de Bizum al número

Donatiu Bizum

o veure altres maneres d'ajudar Catalunya Religió i poder desgravar el donatiu.