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Por Francesc Riu i Rovira de Villar .

Últimamente los comentarios relativos a los gestos del papa Francisco han sido abundantes en todos los medios de comunicación. Podemos decir que todos se han fijado en ellos, y casi todos se han sorprendido, porque sus gestos no han sido gestos habituales. Con los gestos, las personas expresamos nuestro modo de ser, y cada uno es aquello que sus gestos manifiestan. A veces, los gestos dicen más que las palabras.

Uno de los gestos del papa Francisco que ha mostrado más claramente su modo de ser y el estilo de su comportamiento ha sido el encuentro con los jóvenes del Centro Penitenciario para Menores Casal del Marmo, en Roma. Por la información que hemos recibido, allí viven jóvenes que no se distinguen precisamente por su vinculación activa a la Iglesia Católica. Todo lo contrario. Desde no creyentes a creyentes de otras confesiones, podemos decir que allí hay de todo.

La simple manifestación de su deseo de celebrar allí la Eucaristía del Jueves Santo, porque así solía hacerlo en su diócesis de Buenos Aires, ya indica cómo es el papa Francisco. Yo tenía particular interés en saber qué diría a aquellos jóvenes en el momento de la homilía. Admirable. El Papa ha mostrado una pedagogía y un sentido evangélico como los que Jesús manifestaba al dirigirse a gente de todas clases, tanto a los no creyentes como a los creyentes en el Dios de Abraham.

Haciendo la lectura más adecuada posible del fragmento del Evangelio de Juan que había sido proclamado, el papa Francisco dijo a los jóvenes que le escuchaban: “Jesús, que era el más importante, lavó los pies de sus discípulos para mostrarnos que los que estamos más arriba que los demás debemos estar a su servicio. Lavar los pies de otra persona es como decirle: «Jo estoy a tu servicio». También nosotros debemos estar al servicio de los demás y ayudarnos mutuamente. Esto es lo que Jesús nos enseña a hacer, y esto es lo que yo voy a hacer ahora; y lo haré de corazón, porque, como obispo y sacerdote, estoy a vuestro servicio. Es un deber que siento en lo más hondo de mi corazón: un deber que amo. Y lo amo porque Jesús me ha enseñado a amarlo. También vosotros, ayudadnos, ayudadnos siempre. Ayudémonos los unos a los otros. Al hacer el signo de lavarnos los pies, que cada uno piense en su interior: «¿Estoy de verdad dispuesta o dispuesto a servir y ayudar a los otros?». Pensad solo esto. Y pensad, también, que este signo es una caricia de Jesús, que ha venido precisamente para servirnos, para ayudarnos”.

¡Qué lección! ¡Gracias, papa Francisco!

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