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Por Ramon Bassas .

No tenía figura
ni belleza que se hiciera admirar,
ni una presència que lo hiciera atractivo.

A mí, este fragmento de Isaías que se lee por Viernes Santo me hace pensar sobre la fealdad. Sobre la belleza de la fealdad. No la que, con hipocresía, experimenta una especie de pena o hace una mirada condescendiente y la que, también, la espeta contra un mundo demasiado pulido y ordenado, intentando imponer un nuevo canon haciendo ver que los rompe todos. No. Me hace pensar, sobre todo, en Caravaggio y el arte español, al menos desde el Barroco, o en las magníficas fotografías de nuestro contemporáneo Pierre Gonnord , que bebe de esta estética. Caravaggio pinta diosas y santas a partir de las modelos prostitutas. Velázquez representa a los sabios griegos retratando mendigos. Hay quien dice que la Contrarreforma, sobre todo en España (que lideraba sus postulados), provoca este "arte al revés", más corporal, menos idealista , menos optimista, más "periférico", más oscuro, más "feo". Sobre todo, lo hace para contrarestar los valores predominantes de la Reforma, que eran los contrarios. Y, casi sin querer, cambiando las leyes del canon y enfocando hacia un lugar que no sea el centro del mundo, se inventan el arte moderno.

Me hace gracia esta tesis si intento aplicarla a las figuras que las procesiones de Semana Santa sacan a la calle, inspiradas en el escuela tardo-barroca murciana (Salzillo), destinadas a prestigiar la costumbre popularizada también en plena Contrarreforma de llenar de procesiones los días santos. La costumbre, con algún obstáculo "reformista" (por otra parte, perfectamente comprensible), llega hasta hoy con una vitalidad increíble. En un país como el nuestro donde, unos, viven completamente secularizados y, los demás, viven el cristianismo casi clandestinamente (los catalanes parecemos protestantes, a veces), irrumpe con un éxito incontestable el fenómeno de las procesiones, con el paseo de imágenes sufrientes protagonizadas por la Virgen y Jesús. Las escenas de sufrimiento y violencia, contrastan también con un mundo que huye del dolor con cualquier anestesia. Los cuerpos, ahora que vemos tantos en cualquier anuncio, nos son mostrados con toda su crudeza (si son desnudos), o tapados con mantos riquísimos y relucientes (cuando son tapados, como en el caso de María), recordando el juego barroco de tapar y destapar, o de tapar para mostrar, o combinar la fealdad "auténtica" con la belleza "de disfraz".
Este viernes lo volveremos a ver. Veremos esto que ahora decía, añadiendo la dimensión pública (la calle), también llena de simbolismo, y el conjunto estético que completan el gentío, los elementos típicos de la procesión (armats, costaleros, costalers, "manolas", músicos, etc.) y la música combinada con el silencio. Un nuevo juego entre la atracción (el color, la luz, el espectáculo) y la invitación a superarla (la oscuridad, la oración en forma de saeta ...), entre el deseo rápidamente satisfecho y el deseo más profundo que no acabamos de satisfacer nunca. En este camino de deseos es donde aparece la realidad "periférica" ​​a la que me refería al principio, que nos descentra, que quizá no deslumbra, pero contiene tesoros más grandes todavía. Una realidad que, de entra no tiene ni figura ni belleza que se haga admirar, ni una presencia que la haga atractiva.
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Foto: Pierre Gonnord, Juan (2004)
Artículo escrito para el digital Capgròs
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