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Por La puntada .

Quim Cervera es cura y sociólogo

Hace poco dos amigos me han pedido preparar y participar en el entierro de sus esposas. Cada caso ha sido diferente, con algunos puntos en común. Las difuntas habían muerto después de haber soportado valientemente un cáncer. La relación que tenía con estos dos matrimonios venía de años, pero no hemos tenido una relación regular. Últimamente nos habíamos cruzado algunos correos y conversaciones por teléfono y habíamos hecho alguna cena juntos. Los dos maridos me pidieron que habían decidido libremente y con agradecimiento que yo orientara la celebración de la despedida de su mujer. Querían algo muy sencillo y sin signos ni referencias religiosas. Las razones no eran las mismas, ya que los grados de adhesión a la fe cristiana en las cuatro personas (maridos y esposas) iban desde el agnosticismo respetuoso hacia la fe, hasta una fe que no se materializaba en los comportamientos sacramentales, pasando por una crítica a fondo de las formas retrógradas, poco democráticas y degradantes para la mujer, que tiene lamentablemente, aún hoy en día, la institución eclesiástica. De tal manera planteaban esta crítica que denotaba un cierto pesar por no seguir el evangelio de Cristo que se veía mucho más humano.

Nos pusimos de acuerdo con el guión a seguir. Leí tres poemas: uno de breve de Màrius Torres para empezar, otro de Miquel Martí i Pol tras unas breves palabras mías haciendo referencia a la vida de la persona, a lo que nos ha aportado de bueno, y al duelo que hacemos haciendo memoria de ella y haciéndola viva dentro de nuestro corazón. Y para acabar un poema de Charles Peguy sobre la esperanza. En una de las despedidas, el marido hizo una poética, sentida y serena exposición sobre su proceso de amor, de compañía, de proyecto juntos con su mujer, y los momentos difíciles de su enfermedad y de su final, agradeciéndoles a los familiares y amigos el acompañamiento recibido.

Estas dos despedidas de dos personas amigas, junto con el recuerdo de otras semejantes, me han hecho pensar bastante. En primer lugar, yo me he encontrado muy bien. La familia cercana ha querido hacer un acto familiar, amical y cercano en el que ha creado un clima humanamente sereno, agradable, silencioso y en el que afloraba paz. En algún caso las músicas han ayudado también mucho. He notado sentimientos profundos, alejados del sentimentalismo, elegancia sin demasiada solemnidad, poca ritualización y mucha proximidad a lo que pasaba, a lo que se vivía. En segundo lugar se ha producido en mi interior un pensamiento que interpreto como profundo e interesante. ¿No será que nuestros rituales católicos de entierro están demasiado ritualizados, demasiado "hechos", con un lenguaje poco humano, demasiado lejano? ¿No será que cuando preparamos una celebración diferente, con una familia conocida, una celebración preparada, entonces tenemos más en cuenta a las personas, lo que han pasado, lo que sienten e intentamos expresar todo esto, nada condicionados por los esquemas católicos? Pero a menudo el único referente que tenemos desde siglos de celebraciones de despedida de personas es el católico, y entonces ¿no copiamos demasiado cuando tenemos que hacer uno laico? Por lo tanto no sería mejor que la base de cualquier despedida, laica o religiosa (de cualquier confesión) fuera una despedida laica y, a partir de esta, darle la dimensión o el tono cristiano, judío, musulmán, hindú o budista según la tradición religiosa de la familia y la voluntad del difunto? Esto significaría que debemos espabilar mucho más en elaborar una despedida adecuada según cada familia, procurar también la participación de los más cercanos en la celebración, y finalmente tener ciertos materiales y modelos para no partir siempre de cero. Esto nos obligaría a los curas o laicos o laicas que tuviéramos que animar la celebración a ser muy cuidadosos en este tipo de celebraciones y, aunque fueran religiosas, tener muy en cuenta esta base humana, laica que tiene todo el mundo. El referente por tanto, en una sociedad laica, debería ser la celebración laica, a partir de la cual se pueden desarrollar las celebraciones que quieran tener un carácter religioso explícito.

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