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Esta semana hemos seguido con mucha atención la elección del papa. En contra de todos los pronósticos y las opiniones de supuestos expertos en temas vaticanos y religiosos, y después de un cónclave más bien breve y sin ningún tipo de filtración, los cardenales elegían como sucesor en el "ministerio petrino" al cardenal-arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio. Durante estos días, los medios han tratado ampliamente el perfil del santo padre y sus primeros gestos y sus intervenciones parecen augurar una etapa sensiblemente diferente. Incluso, algunos medios ávidos de buscar titulares hablan ya de una "primavera de la Iglesia". Los medios de comunicación, en general, han cubierto la semana de este cónclave con mucho interés, sorprendidos por el resultado, fascinados por el nuevo papa, por la sencillez de sus primeras palabras, por la sensación de cercanía con los fieles, por su piedad que irradia, por la novedad que representa en la historia de la Iglesia.

Si el cónclave ha conseguido las primeras planas de los medios de comunicación del mundo, la elección del nuevo máximo líder chino, Xi Jinping, en la sesión plenaria del Congreso Nacional de la República Popular de China ha pasado a un segundo o tercer plano. Es cierto que, hace unos meses, el Congreso del Partido Comunista Chino lo designó en el cargo para relevar a Hu Jintao y, en un régimen autoritario de partido único como el chino, el Congreso resulta ser un parlamento-fachada al servicio del partido en el poder. Esto explica que entre los 3.000 asistentes a la sesión plenaria, sólo ha habido tres abstenciones y un voto en contra. Xi Jimping tiene 59 años y es heredero de una de las "dinastías" que promovieron la revolución maoísta. El partido Comunista Chino -con más de 80 millones de militantes- gobierna con mano de hierro este país desde los años 50 y, a pesar del envoltorio marxista-leninista-maoísta y su revolución comunista, su régimen ha derivado hacia un sistema de economía capitalista -80% de la economía en manos privadas-con un modelo autoritario de gobierno y una limitación de los derechos y las libertades políticas bien notables. Xi Jinping compaginará sus responsabilidades de presidente con las de secretario general del Partido Comunista.

La simbólica coincidencia de la elección de los dos líderes, por otra parte muy diferentes, me ha parecido bien paradójica. Xi Jimping tiene ante sí el difícil reto de gobernar el país con la mayor población del mundo, y está llamado a recuperar su liderazgo mundial, perdido durante los últimos siglos. En un mundo global, China jugará un papel determinante en los flujos de poder de la economía, las finanzas, la tecnología y la sostenibilidad misma del planeta. El papa Francisco ha asumido el liderazgo organizativo y espiritual de la Iglesia católica, referente central del cristianismo, con presencia en los cinco continentes y con una asignatura pendiente en el continente asiático: China.

Además de las restricciones de las libertades políticas, China también pone serias restricciones en cuanto a la libertad religiosa. En China, existe una iglesia católica oficial y patriótica sometida al régimen, con escasas o nulas vinculaciones con Roma. Asimismo, y de manera muy precaria y discreta, las comunidades católicas están creciendo en todas partes. Estoy convencido de que el papa Francisco, quizás en recuerdo de aquellas famosas misiones jesuíticas de los padres Ruggieri y Ricci en el siglo XVI, y el nuevo líder chino, Xi Jimping, están llamados a entenderse a favor del diálogo y la paz. Estoy convencido de que el nuevo mundo que está emergiendo necesita un entendimiento entre Roma y Beijing por todo lo que representan. Están obligadas a hacer caer los muros, en este caso invisibles, de los últimos cincuenta años.

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