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Por Jordi Llisterri i Boix .

El viernes, cuando iba a dormir, tropezé con el Canal "La 13" de Rouco que estaban poniendo la famosa película biográfica de "Juan XXIII, el papa bueno" (parece que vienen tiempos de conversiones). Me topé con una escena del reciente elegido papa en 1958. El redactor jefe de L'Osservatore Romano entra el despacho y se queda a tres metros del papa en genuflexión para apuntar sumisamente el dictado de Roncalli. El director se niega a seguir la invitación del papa para que se levante y se siente en la silla como una persona. No lo puede entender. Ante el Papa se debe estar arrodillado. Con reverencia divina. Finalmente, sólo accede ante la insistencia del papa, que amenaza irse si no se levanta.

La escena continúa de una manera más elocuente. Un momento digno del "Sí, ministro". El secretario de Estado actuando como un Sir Humphrey renacentista para bloquear las iniciativas innovadoras del papa, para que no hable de la Paz. Ahora podríamos poner los pobres.

Pienso que éste es uno des problemas que encontrará el Papa Francisco. Rompiendo las formas, se gana la simpatía de mucha gente. Pero deberá hacerlo comprender a una tropa que casi ha divinizado la figura del papa y que no lo quiere ver como uno más. Como poco más que el obispo de Roma. También se encontrará ante otra tropa coral que sólo es papista cuando el agua llega a su molino . Y, finalmente, un ejército de Sir Humphreys con mitra. Los obispos y la curia no se renuevan en dos telediarios.

Puedo asegurar, sin tener ningún dato, que ahora mismo ya hay reuniones para detener esta primera revolución franciscana, aunque sólo sea de formas. ¿Qué haremos ahora de nuestras vestimentas, refinamientos y honores, si el Papa lleva sólo una simple cruz de metal gastado y unos zapatos viejos?

También puedo asegurar con la misma contundencia que ahora mismo no hay ninguna reunión conspiradora de los grupos que pueden ayudar al Papa en las reformas que quiera emprender. Así nos ha ido los últimos años.

Pero sí que detecto también una cierto liberación. Desde el miércoles he escuchado gente diciendo cosas que hace una semana no habría imaginado. Un eclesiástico poco sospechoso de heterodoxia me preguntaba si ya había oído "los plofs". "¿Qué plofs?", pregunto yo. "Los de la curia cayendo cuando saltaban desde el balcón ".

Está claro pues que todo el mundo se empieza a mover. Pero aún no sabemos hacia dónde.

Al parecer, detrás del popular Francisco también hay un jesuita que sabe qué quiere decir gobernar. Para bien y para mal. Que no va con un lirio en la mano. Tiene bien presentes estos factores.

Será significo el discurso del martes. Además de la simpatía y la proximidad, es de suponer que nos empezará a decir hacia dónde quiere llevar su pontificado. Cuál es su agenda. Aún tenemos que ver hasta dónde quiere llegar. Y hasta dónde puede llegar.

Ya podemos ver que ha llegado un discurso con la calidez latinoamericana -con algunos toques que a la frialdad racional europea quizás nos patine un poco- y que llega de una Iglesia que ha concretado un relato más claro de la opción por los pobres. En Europa, nunca ha sido éste el centro del debate. Pero probablemente no estamos ante un gran cambio doctrinal, ni de un Concilio Vaticano III. Lo que se puede entrever es un cambio radical en el gobierno de la Iglesia y en las prioridades, recentradas en la denuncia social.

Ya sería mucho más de lo que se podía prever hace pocos días. Y si se produce, no tiene marcha atrás y será la puerta que conducirá inevitablemente a otros cambios que seguramente no podrá realizar este papa. Es la gran esperanza que se puede poner en el papa Francisco. Siempre que quienes querrían continuar recibiéndolo de rodillas lo entiendan, si quienes pueden impedirlo no lo bloquean, y si encuentra nuestro apoyo para hacerlo.

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