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Por Francesc Riu i Rovira de Villar .
Del papa Francisco, desde el miércoles pasado ya se han dicho muchas cosas, casi todas muy agradables. Pero no debe sorprendernos que haya personas que en la Iglesia no vean nada que sea satisfactorio. Tampoco debe sorprendernos que, si estas personas no descubren en ella nada que desmerezca, se lo inventen. Esto forma parte de la vida de la Iglesia. Jesús fue el primero en experimentarlo, y el papa Francisco no es ni va a ser una excepción. Su primera homilía como sucesor del apóstol Pedro, en la Eucaristía celebrada el viernes con todos los cardenales, ya le dio la oportunidad de remarcar que la Iglesia, sin la Cruz, no sería la Iglesia de Jesús.
También podríamos afirmar que, del papa Francisco, no se ha dicho nada que sea extraordinario. Sin embargo, igualmente debemos reconocer que, en conjunto, tanto la elección de Jorge Mario Bergoglio como obispo de Roma y pontífice de la Iglesia Católica, como sus primeros gestos y sus primeras intervenciones, han constituido un rosario de sorpresas. Quizá porque no estábamos acostumbrados a ello. Quizá porque no lo esperábamos. Quizá porque no estamos del todo convencidos de que siempre será verdad lo que Jesús dijo a sus discípulos, poco antes de despedirse de ellos: “Jo estaré con vosotros cada día hasta el fin de los tiempos”.
Quienes hemos tenido la oportunidad de seguir, paso a paso, todo lo que ha sucedido en el Vaticano a la largo de la última semana, hemos visto cómo nuestra moral no ido subiendo sin parar. Ha sido una satisfacción continua, sin descanso. ¡Qué regalo!
He tenido mi última sorpresa al observar lo que ha sucedido en algunos de los periodistas destacados en Roma, aquellos que a menudo manifiestan de forma explícita su nula religiosidad y su poca simpatía por la Iglesia Católica. Al salir del encuentro que el nuevo Papa ha tenido con ellos, estos periodistas han manifestado que su modo de ver la Iglesia ha empezado a cambiar, y no han reconocido. Y esto, solo por los gestos y las palabras del papa Francisco. Quizá ahora también todos los católicos nos decidiremos a avanzar por el camino que el mismo papa Francisco ha empezado a mostrar-nos. ¡Bendito sea Dios!

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