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Ha pasado algo más de una semana desde la noticia de Benedicto XVI y su próxima renuncia el día 28 de febrero y, por tanto, de un próximo cónclave para elegir el sucesor de Pedro. La noticia ha sido recibida de manera positiva o muy positiva. El gesto del Santo Padre ha sido valorado por todo el mundo como lúcido, generoso, valiente y que abre una nueva etapa en la Iglesia católica. El domingo pasado, Benedicto XVI pidió públicamente que el nuevo cónclave represente una nueva posibilidad para reorientar la acción de la Iglesia en el mundo.

Y en medio de este momento histórico de la Iglesia, y tal como estaba previsto de antemano, el Papa, los cardenales y las autoridades de la curia romana se han encerrado desde el domingo por la tarde hasta el próximo sábado para el retiro de la cuaresma. Desafiando el ritmo frenético de los periodistas en busca de conspiraciones, sucesos o de aquellos grupos eclesiales amantes de los pasillos del poder, los prohombres de la curia están convocados a meditar y rezar.

Durante esta semana, el nombre del cardenal Gianfranco Ravassi toma una notable importancia. Él es el director del retiro y la persona que dictará las conferencias durante los ejercicios. Ayer, el diario La Vanguardia recogía una breve referencia a los textos públicos de sus reflexiones: para Ravassi, "la meditación sirve para liberar el alma de las cosas cotidianas y también del barro del pecado, de la arena de la banalidad, de las ortigas de las especulaciones que, sobre todo estos días, ocupan ininterrumpidamente nuestros sentidos ".

Estoy convencido de que las meditaciones espirituales del cardenal Ravassi pueden inspirar el futuro del próximo cónclave. Un encuentro muy importante de cara al futuro de la Iglesia, que necesita, como pide Benedicto XVI, una cierta reorientación para responder a la nueva situación derivada de la globalización, el individualismo y el neoliberalismo imperantes en el mundo. Una reorientación que, en mi opinión, debería seguir el aggiornamiento empezado por Juan XXII, hace cincuenta años, con el concilio Vaticano II.

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