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El pasado lunes, pudimos seguir la toma de posesión de Barak Obama, nuevamente al frente de los Estados Unidos. Más allá de las características propias de la espectacular estilo americano, más allá de su discurso vibrante y emotivo, de las imágenes patrióticas de este tipo de eventos, me interesó ver el papel de las minorías, o mejor dicho, de las antiguas minorías étnicas, y su papel central en todo el acto.

Los Estados Unidos han sido siempre, desde sus inicios hasta ahora, un país de emigrantes, de recepción de millones de emigrantes de todo el mundo, emigrantes que iban construyendo "el experimento americano". Si bien es cierto que los padres fundadores, de origen europeo, consiguieron su hegemonía en el continente exterminando a la población indígena e importando en él la fuerza de trabajo de los esclavos de África, también lo es que su propuesta política de democracia americana asentada en la Convención de Filadelfia, la constitución americana, ha sido esencial para lograr el desarrollo del gran país que hoy representa.

Los Estados Unidos han vivido un intenso proceso de integración de la diversidad cultural y étnica. Desde la Guerra de Secesión y la abolición de la esclavitud, hasta la victoria de Obama de hace cuatro años, pasando por las sucesivas oleadas migratorias y el decisivo movimiento de derechos civiles de Martin Luther King en los años 60 del siglo pasado. Aquel movimiento supuso el final de un apartheid asimétrico en diferentes estados que había sometido a amplios sectores de la población afroamericana a la marginación y reclusión social. Además, las medidas de discriminación positiva de las minorías que se impondrían posteriormente permitieron abrir una nueva etapa de libertad y cohesión en la población americana. Han pasado cincuenta años del famoso discurso de Martin Luther King, I have a dream, y los cambios proclamados por aquel profeta del siglo XX se han, al menos parcialmente, cumplido.

Las imágenes del pasado lunes nos mostraban los rostros de americanos de origen asiático-con una fuerte presencia también en Estados Unidos-, hispano -cada día con mayor peso-, afroamericano, rostros que representan las antiguas minorías étnicas que se están convirtiendo en mayorías que piden tener también voz en la vida pública, que quieren salir de los márgenes para asumir plenamente su ciudadanía. Y en este proceso de integración, cohesión y participación, los Estados Unidos nos están dando pistas sobre cómo será el futuro del mundo o, al menos, de Occidente. Con todas sus limitaciones y ambigüedades, los Estados Unidos están marcando el camino sobre la gestión de la ciudadanía en contextos de diversidad cultural, religiosa y étnica y deberíamos tomar nota.

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