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Por La puntada .

Editorial: L'Agulla núm. 82

Vivir el paro hoy resulta especialmente cruel: la reforma laboral facilita despidos con menos indemnizaciones, las prestaciones sociales se ven reducidas, la acumulación de personas en paro en un mismo núcleo familiar resulta desesperante. Alcanzar un puesto de trabajo a ciertas edades y condiciones es casi imposible. Desaparecen los incentivos para la contratación de los colectivos con más dificultades, desde los mayores de 45 años a las personas con discapacidad o en riesgo de exclusión. Lo que hasta hace cuatro días se consideraban "yacimientos de empleo", o sea la atención a personas con dependencia o los servicios comunitarios, ha sido abandonado para equilibrar déficits fiscales. Y también se esfuman las subvenciones a la formación laboral de las personas en paro. Junto a ello, el discurso de determinados partidos políticos tiende a culpabilizar a los que no trabajan, mientras se ensalza los "emprendedores". Es buena cosa, sin duda, promover la creatividad y la iniciativa empresarial. Es cierto que en los últimos años, las pequeñas empresas han sido creadoras de empleo. Pero intuimos que detrás también está el traspaso de la responsabilidad social de crear empleo desde los empresarios a los que sufren el paro, mientras las grandes corporaciones se preocupan sobre todo de la ingeniería fiscal. En este contexto, sin recursos económicos, y lo que es más importante, sin la consideración humana que merecen, las personas en paro pueden verse abocadas a la exclusión social.

Desde el punto de vista sindical, la contradicción es grande: los sindicatos mayoritariamente están formados por trabajadores en activo y el grueso de su actividad tradicional, multiplicada por la crisis, se dirige a la negociación colectiva, la organización de los trabajadores, el asesoramiento, la formación. Pero los sindicatos se encuentran hoy con un gran reto: dar más apoyo a las personas en paro. Esto significa hacerse mucho más cercanos, acoger, escuchar mucho, valorar, formar, organizar. Significa también confiar en la experiencia, creatividad, imaginación, habilidad, capacidad de participación, de las personas menos valoradas hoy, para encontrar salidas colectivas ... Significa combinar prácticas propias de las grandes instituciones que para bien o para mal son hoy los sindicatos, con la recuperación del sindicato como el movimiento social ágil y menos estructurado que era en sus orígenes. Todo un reto para unos sindicatos que ahora, más que nunca, deben adecuarse a la realidad actual, conectar más con el conjunto de trabajadores y trabajadoras y recuperar su credibilidad social.

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