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Por Francesc Riu i Rovira de Villar .

Intuyo que el mes de enero de este año 2013 va a ser trascendente para la educación en nuestro país. Por ello, bien merece que le dedique un instante.

Con el borrador del anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), presentado a la Conferencia Sectorial de Educación el pasado 3 de diciembre, ha sucedido lo que suele suceder con tantas cosas complejas: a muchas personas, los árboles les han impedido ver el bosque. He llegado a esta conclusión al poner en relación las informaciones publicadas y el contenido del texto sometido a consulta. A lo largo del mes transcurrido desde el 3 de diciembre, no he sido capaz de encontrar un análisis serio de las características del bosque; las reacciones conocidas las han suscitado la imagen de algún árbol concreto y la previsión de los frutos que podría llegar a producir si un día se plantase, o los frutos que ya no podríamos gustar si un día fuese arrancado. Por ejemplo, fijar la mirada en el ataque a la inmersión lingüística ‒el árbol‒ no debe impedir que hagamos una lectura crítica del conjunto del anteproyecto de LOMCE ‒el bosque‒.

Aquí sólo quiero fijar la atención en el contenido global de este nuevo anteproyecto de Ley, para subrayar que debemos ser prudentes si queremos hacer de él una valoración objetiva. Me referiré a la LOMCE como si la Ley ya estuviese a punto de ser aprobada con el contenido del borrador del anteproyecto que conocemos.

Conviene observar que la LOMCE no será una ley completa y autónoma, como si pudiese ser aplicada prescindiendo de las otras leyes educativas vigentes. En efecto, la LOMCE se limitará a modificar dos leyes: la LODE (1985) y la LOE (2006). En relación con la LOE, los cambios no serán ni pocos ni superficiales, ya que 27 artículos serán modificados parcialmente, 37 serán objeto de una nueva redacción, de contenido muy distinto del actual, y se añadirán 14 artículos totalmente nuevos.

Este conjunto de cambios supondrá una modificación substancial del texto de la Ley vigente, aunque su estructura global se mantenga. Es decir, la Ley orgánica que regulará el sistema educativo continuará siendo la LOE porque mantendrá el nombre originario, pero cometeríamos un grave error si creyéramos que el bosque va a continuar siendo el mismo de antes, aunque se haya arrancado algún árbol o se haya plantado otro nuevo. Nada de esto. La nueva Ley constituirá un desafío extraordinario, y debemos ser muy conscientes de ello.

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