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El mismo Jesús clasificó a los oyentes de la Palabra que él mismo sembraba en el corazón de las personas según la disposición de fondo que había en ellos: los que -junto al camino- carecían de tierra buena; quienes tenían el corazón como un pedregal que impedía el crecimiento de la semilla o lleno de cardos que ahogaban el fruto. No es difícil traducir estas metáforas a la situación actúal.

Los de la orilla del camino, sin tierra fértil debajo, serían la gran multitud que piensa al revés de Salmo 72, que dice: "para mí es bueno estar cerca de Dios". Ellos piensan: "no hace falta ni Dios ni religión para vivir felices". Hoy, el testimonio de los creyentes bastante les dice que, sin Dios, la vida está vacía no sólo por lo que tiene de sufrimiento, sino también por la falta de sentido que tendría la alegría de vivir.

Los que no tienen tierra fértil debajo porque son un pedregal, no tienen raíces. No tienen esa capacidad de escuchar una palabra venida de más allá del mundo material: una Palabra que viene del Amor infinito que Dios nos tiene.

Después encontramos a los que no escuchan como es debido porque están bajo las preocupaciones de este mundo y tienen una visión muy negativa de la vida, o porque aman un género de vida según las riquezas, el poder o el éxito. Entonces su vivir queda muy lejos de la palabra del Evangelio.

¿Qué corazón nos hace falta, por tanto, para escuchar la Palabra y ser capaces de ponerla en práctica en la vida? Necesitamos un corazón pobre de codicias y de deseos egoístas: abierto al Amor que se comunica de Dios a nosotros y de nosotros a los demás. Necesitamos un corazón limpio de preocupaciones: un corazón que, en definitiva, confíe que Dios Padre hace que Jesús atraviese la muerte hacia una vida hecha en común unión con el Padre y con nosotros, en un mismo Espíritu de Verdad y de Amor.

El sordo que le llevan a Jesús es objeto de la capacidad que el Maestro tiene de curarlo y -para obtener esta finalidad- es objeto de una serie de acciones de Jesús que van de lo visible a lo invisible; de las acciones visibles de tocar la lengua del sordo con saliva y de las palabras audibles que le dicen "Ábrete", hasta la curación que conlleva la recepción de la fuerza del Amor divino. Es que Jesús actúa en una comunidad de fe visible donde hay sacramentos y palabras que nos revelan dónde está el Evangelio trascendente: la buena noticia que salva.

Porque, en el cristianismo, encontramos la iniciativa de Cristo de tocarnos visiblemente y de hablarnos (es la visibilidad de la sacramentalidad cristiana) y la parte invisible que no es otra sino el amor de Cristo que se inclina para hacernos prosperar hasta el regalo de la comunión con la vida de Dios.

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