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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
La relación de la fe con las obras ha hecho correr ríos de tinta y ha sido tema de muchos debates. No es cuestión menor. Con frecuencia, en las entrevistas y encuestas se afirma: «Soy creyente, pero no practicante.» Superficialmente, significa que estoy bautizado, que creo en algunas verdades, pero que no voy a misa. Si se acude al sentido profundo de las palabras, la realidad es otra. Existen dos posibles distorsiones y faltas de integración entre la fe y la práctica. Primera, creer sin practicar. Indica una fe débil, sin consistencia, ajena al compromiso. Frente a ella, Jesús proclama: «No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21). Segunda, practicar sin creer. Puede interpretarse de varias maneras, sea como hipocresía, sea como adaptación a un entorno religioso, sea como falta de conciencia de la propia fe. El médico Pierre Dukan afirmó: «Soy judío practicante, pero no creyente.»
Entra en el Reino de los cielos quien hace la voluntad de Dios. Formular argumentos sobre la fe no basta para acceder a él. Realizar la voluntad de Dios implica cumplir el mandamiento del amor a través de las obras. Cuando la realidad espiritual surge del propio corazón, se practica sólo aquello que se cree. Todo lo demás es engaño o incoherencia. Así lo reconoce Søren Kierkegaard: «Amar a los seres humanos es la única señal auténtica de que eres cristiano, porque en verdad no basta la confesión de fe» (Las obras del amor, p. 447). En esta línea, va la sentencia del juicio final: «Tenía hambre y me disteis de comer…» (Mt 25,31-46). Santiago en su carta le dedica un fragmento al tema y no puede ser más contundente: «La fe sin obras está muerta» (2,26). Carpintero no es el que solo define qué es un mueble, sino el que además lo construye. Creyente no es el que solo explica dogmas y verdades, sino el que además vive a fondo sus consecuencias.
Mi entrañable compañera de página, la teresiana Victòria Molins, en el programa El convidat de Albert Om, discreto, cercano y respetuoso, impactó a la audiencia por sus obras, por su estilo de vida, por su amor, por su fe, por la entrega a los pobres y necesitados. Quien se quede en alguna frase, incluso no políticamente correcta, y no entre en el proyecto vital de Victòria Molins, no habrá entendido nada. La Iglesia es muy plural, pero casi siempre los focos mediáticos se proyectan en sectores jerárquicos o en disidentes famosos. El enfrentamiento vende más. Los medios ignoran a tantas personas que, como esta religiosa teresiana, practican su fe con las obras del amor.

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