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Por Francesc Riu i Rovira de Villar .

Al reflexionar sobre el carácter de la nueva evangelización, una cuestión que suscita dudas es la relativa a los destinatarios. ¿En quién se piensa cuando se habla de una nueva evangelización? ¿A qué personas quiere la Iglesia hacer llegar el mensaje del Evangelio? En el Mensaje al Pueblo de Dios, la Asamblea del reciente Sínodo de los Obispos se refiere a esta cuestión, y también lo había hecho el papa Benedicto XVI en la homilía de la celebración eucarística con la que se inauguró esta Asamblea, el pasado día 7 de octubre.

En el Mensaje al Pueblo de Dios leemos que “conducir a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con él, es una urgencia en todas las regiones, tanto las de antigua evangelización como las evangelizadas más recientemente. En todas partes se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y la coherencia de sus frutos”. Pero esta “conducción de los hombres y las mujeres hacia Jesús” requiere unas condiciones en las personas que deben hacerse responsables de realizarla. En efecto, “los cambios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos nos llaman a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y, también, al anuncio del mensaje de Jesús mediante una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones”.

No obstante, el papa Benedicto XVI ha precisado que la nueva evangelización tiene unos destinatarios preferentes: “las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia y viven sin tener en cuenta la fe cristiana”. En este caso, la nueva evangelización se propone “favorecer un nuevo encuentro con el Señor” y el “redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que da alegría y esperanza a la vida personal, familiar y social”.

Si esto es así, la misma Iglesia debe sentirse discípulo que escucha y reflexiona, porque siempre tiene necesidad de ser evangelizada si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio. Este proceso de autoevangelización de la comunidad eclesial supone conversión y renovación constante, para que sea capaz de transmitir el mensaje de Jesús de forma creíble. Por ello, el papa Juan Pablo II había afirmado que la nueva evangelización es sinónimo de renovación espiritual de la vida de las Iglesias locales. He aquí el gran desafío de la nueva evangelización: la evangelización de las comunidades cristianas, de todas y de cada una.

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