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Por Jordi Llisterri i Boix .

Simplificando, repasemos lo que han dicho hasta ahora los obispos catalanes sobre el tema. Es decir, lo que hace más de 25 años que dicen.

Primero, en documentos pastorales asumidos por todos los obispos catalanes actuales y pasados ​​y algunos aprobados por la curia romana, hablan de Cataluña como nación. Hecho bien normal cuando esto es asumido por un 90% del arco parlamentario catalán. Decir lo contrario, sería vivir fuera de este mundo.

Segundo, de ello se deriva el respeto y la protección de los elementos culturales, lingüísticos o sociales propios de Cataluña.

Y, tercero, nada más que eso. Todo lo que venga después son cuestiones opinables y cualquier articulación de Cataluña dentro o fuera de España se puede defender siempre que sea ​​en paz, democráticamente y mirando el bien de las personas.

Muy sencillo, ¿verdad? Pues, no. Cuando un obispo catalán abre la boca sobre el tema ya se le pone la etiqueta de catalanista, nacionalista o independentista, como sinónimo de pecado visto desde algunos sectores del otro lado del Ebro. Y si no dice nada será que es un buen católico, como de forma delirante lo explicaba este fin de semana el Abc. Además mezclándolo con el grado de secularización de la sociedad catalana (que nunca comparan con el de Bélgica, por poner un ejemplo, ni preguntan dónde están los 250 seminaristas que tenía Rouco cuando llegó a Madrid). Como consejo, sólo removiendo el twitter enontrarán unos cuantos curas muy jóvenes que piensan exactamente lo contrario que los tres del Abc. Y creo que no son los únicos.

Así, en pocos días, a Taltavull le cayó encima un editorial de El Mundo por decir algo tan simple como que si la gente quería ser consultada sobre el tema, la Iglesia no tenía ninguna razón para oponerse.

O a Novell, que los mismos que lo han aplaudido a rabiar desde la caverna, ahora lo tachan de independentista porque dice algo tan evidente como que si Cataluña pasa a ser un estado, lo normal será que tenga una conferencia episcopal propia. Ni siquiera dice que sea lo desee; dice que podría ser. Como ocurrió después de la separación de Chequia y Eslovaquia, sin que por ello apareciera ninguna grieta en la cúpula de la Basílica de San Pedro.

O al arzobispo Pujol, que por situar el debate en cuestiones opinables y no morales, ya deducen casi un apoyo explícito a la independencia.

Incluso el propio Casanovas hablaba hace pocos días con total naturalidad del arraigo y de la identificación de la Iglesia con el país recordando al doctor Morgades. Aunque en este caso, no me consta que lo hayan criticado por ello.

Sólo dando la vuelta a los argumentos se ve que decir que esto es apoyar a las tesis independentistas no se sostiene de forma alguna. De lo que dicen los obispos se puede deducir, de la misma manera que: si la gente no quiere ser consultada, la Iglesia no se dedicará a promover una consulta, que si Cataluña no es independiente, no habrá conferencia episcopal propia; y que, si todo es opinable, dejarlo todo como está o reducir competencias a la Generalitat no entra en el ámbito de lo que afecta a la fe (recordemos, siempre que sea en paz, democráticamente y mirando el bien de las personas, y reconociendo la singularidad catalana).

Y mientras por hablar del tema ya cuelgan la etiqueta de independentistas a los obispos catalanes que molestan, un ministro hace una aberrante utilización del mismo papa en este tema. Fernández Díaz dice que el papa reza por España. ¡Pues claro que el papa reza por España! Y por Botswana o por Palau de Plegamans, seguro que también. En realidad, el ministro es el primero que mezcla al Papa con toda esta historia, como también fue la primera la Conferencia Episcopal Española en hablar sobre si España se desintegraba o no.

Así, no deja de ser la gran paradoja que a los obispos catalanes actuales, el sector más nacionalistas los ven más tibios que sus predecesores, mientras los etiquetan desde fuera de Cataluña como independentistas. Y que los acusen de meterse en política cuando en la Iglesia española también se forman colas para utilizarla políticamente y convertirla en un muro de contención contra el catalanismo.

Cada obispo catalán, a nivel personal, podrá ser independentista, soberanista, federalista, unionista o taxidermista, pero todavía no conozco ninguno que públicamente haya dicho en qué lugar se posiciona. Entre otras cosas, porque no les corresponde, y si lo hacen, no pasaría eclesialmente de ser una opinión personal más, tan respetable como cualquier otra. Sólo han dicho que no ven ningún mal en que la gente de Cataluña decida hacia dónde quiere ir, (siempre que sea en paz, democráticamente y mirando el bien de las personas, claro). Es decir, tratando los ciudadanos como personas adultas y autónomas.

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