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Este martes he participado en un seminario sobre el futuro de los medios de comunicación públicos y su gobernanza en Túnez. Casi dos años después de la primera y emblemática revuelta de un país árabe, los tunecinos viven entre la esperanza y el temor. Tras la huida del dictador y de unas primeras elecciones libres, la incertidumbre y los desacuerdos entre las diferentes y precarias fuerzas políticas parecen cada día más grandes. El proyecto de una nueva constitución que debería presentarse este otoño parece en vía muerta. La victoria de los islamistas moderados de Enahda y sus intentos de hacer pasar una legislación inspirada en el Islam han comportado fuertes enfrentamientos con distintos sectores laicos que se agrupan para hacer frente a una posible islamización de Túnez. El país parece cada vez más dividido y el aliento de la revolución parece desvanecerse.

Con todo, el país vive con una aparente normalidad. La crisis económica es importante y, pese a una pequeña recuperación del turismo, el paro es alto, en especial en los sectores más jóvenes de la población. El aparato del estado, desmesurado e ineficiente, se tambalea. En la capital, Túnez, la apariencia de normalidad es grande, la Medina se encuentra en plena actividad, y sólo la Plaza de la Independencia, icono de la revolución, está controlada por alambradas y militares, con la catedral católica de San Vicente de Paúl y, enfrente, la embajada de Francia. La catedral, inmensa y austera, construida al lado del cementerio católico del siglo XVII, recuerda la huella del catolicismo francés, hoy muy, muy minoritario.

Después de casi dos años de revolución, y a pesar de la sensación de muchos de desencanto e incertidumbre, Túnez continúa su camino para buscar un autogobierno y un marco constitucional que oriente al país hacia el futuro. Aunque la complejidad del poder y la condición humana emerge, en estos momentos de transición en toda su desnudez, aunque la crisis económica incide de manera especial en un país sin recursos naturales como Libia, estos días he visto, a pesar de las divisiones y los temores, la decisión y voluntad por parte de unas élites políticas y culturales de buscar el acuerdo y el consenso para avanzar. No obstante las evidentes tensiones, la búsqueda de un consenso constitucional es aún posible. A pesar de la doble división de un país entre las zonas rurales y urbanas y entre los sectores más islamizados y laicos, creo que existe una

voluntad para unir el país. La resolución de su marco constitucional será muy influyente en el Magreb. De la misma manera que Túnez lideró las revueltas árabes también puede señalar el camino del futuro del norte de Africa y el mundo árabe. Para Europa, Túnez puede ser un referente.

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