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Por Ramon Bassas .
En este país (tanto da ahora Catalunya como España) hay un deporte muy extendido que consiste en criticar todo lo que digan los obispos. En muchos casos, con bastante razón, no lo dudo. Pero siempre, o casi siempre, sin leer a fondo los textos de donde se sacan siempre unas "polémicas" declaraciones, y dando por entendidos todos los contextos. Si habitualmente el deporte nacional lo practican -en este orden- los propios católicos y, a continuación, buena parte de la izquierda laicista episcopo-dependiente, ahora se suman las voces de la nueva religión independentista catalana ("de derechas y de izquerdas ", como les gusta decir, sobre todo a los de derechas), que ya han salido a descalificar en masa la Conferencia Episcopal Española a raíz de su último documento contra la crisis, en el que se advierte contra la desintegración de España. Curiosamente, hasta ahora muchos han callado ante otros textos "escandalosos" de la fábrica Rouco. El texto incluye muchos más párrafos, y algunos interesantes, no crean, pero lo que encendió las iras de los ayatolás de la estelada, en el que se recuerda un texto anterior, es éste:
Reconociendo, en principio, la legitimidad de las posturas nacionalistas verdaderamente cuidadosas del bien común, se hacía allí una llamada a la responsabilidad respecto del bien común de toda España que hoy es necesario recordar. Ninguno de los pueblos o regiones que forman parte del Estado español podría entenderse, tal y como es hoy, si no hubiera formado parte de la larga historia de unidad cultural y política de esa antigua nación que es España. Propuestas políticas encaminadas a la desintegración unilateral de esta unidad nos causan una gran inquietud. Por el contrario, exhortamos encarecidamente al diálogo entre todos los interlocutores políticos y sociales. Se debe preservar el bien de la unidad, al mismo tiempo que el de la rica diversidad de los pueblos de España”.

La otra crítica que se hacía iba dirigida a los obispos catalanes, sobre todo los cuatro pobres que se abstuvieron, sabiamente, ante un texto excesivamente anclado en una posición. De ahí que se haya leído el texto que aprobaron los obispos catalanes, reunidos al día siguiente, como una respuesta. No lo es, pero sí indica una posición ponderada, en la que cabe todo el mundo, lo que se agradece. Y parte de una realidad catalana, también eclesial, mucho más rica y diversa que la que muestran los medios de comunicación oficiales y subvencionados. Ciertamente, es un texto seco (no se moja), pero ante la ira de los ayatolás, ya es mucho que no caigan acríticamente en hacer seguidismo de la ideología oficial, que es lo que quiere.

Pero volvamos al texto de los obispos españoles. Sí, es verdad que ya cansa que, como dice Enric Juliana, Rouco quiera ser el Richelieu español influyendo todas partes. Y también es cierto que habría agradecido un texto episcopal que fuera más por la vía del diálogo (aunque es muy explícito) que por sus legítimas preopreocupaciones. No estoy de acuerdo, como dicen algunos, que la obligación de los obispos sea defender el derecho a la autodeterminación como en algún momento reconoce la Doctrina Social de la Iglesia (que, señores, tiene menos importancia que el Evangelio, recuerdo ). Algunos pueden entender que este derecho ya fue ejercido en el momento de aprobar la Constitución y es una interpretación tan legítima como los que creen lo contrario.

Lo que más me interesa del texto es el reto que supone. Por un lado, los que creen todo lo contrario. Aquí nadie les está insultando, aquí se está expresando un sentimiento y, al mismo tiempo, se da un argumento de cacarácter histórico para evitar la ruptura de la unidad y la diversidad de España. El reto es responder con la misma educación, comprender los argumentos e intentar buscar posiciones de encuentro. Yo creo que las hay, ciertamente. La épica que acompaña la corriente independentista estas últimas semanas usa unos versos de Maragall y Espriu, muy significativos, en que se pide en España (o Sepharad) que escuche. Bien, cuando escucha no la podemos denigrar. Y cuando responde que hablemos, aunque no les guste la solución, tampoco les podemos responder con exabruptos, agravios o "ahora es demasiado tarde". No sé quién es más clerical.

Por otro lado, el reto se dirige hacia los cristianos, claro. Hay cosas de fondo que hay que preservar en este proceso. En primer lugar, no dejar de lado que vivimos en un país (también tanto me da cual) con profundas desigualdades estructurales que conducen muchas personas en la calle, y que escasean las políticas y los recursos que las atiendan. Este es el principal pecado y el principal olvido del debate político actual. En segundo lugar, que un proceso como el que se está reclamando tiene enormes riesgos de división social interna que determinados tonos ayatolanescos acentúan. En tercer lugar, creo yo, que vale la pena advertir de algunas corrientes de fondo de esta nueva ideología, como las resistencias a la solidaridad interterritorial que, si se aplica en todas partes, pueden generar serios desequilibrios como los que ya vive el nuestro mundo. Y, en cuarto lugar, que el papel de los cristianos, como tales, no es exactamente el de apoyar o no a la independencia que, si conviene o no (no si tenemos derecho o no), es cosa de la política, donde tendremos que participar no como cristianos. Los que piden un posicionamiento claro de los obispos catalanes sobre el tema se equivocan. Que lean las bienaventuranzas y verán que es un posicionamiento claro.

[Foto: Vida Nueva.]
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