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El otro día fuimos a Cadaqués y entrámos en la Iglesi de Santa María. En la entrada de la capilla del Santísimo —un cuerpo adosado a la nave principal de forma octogonal, con cúpula y decoración barroca— encontramos un cartel colgado arriba que avisaba:

"SILENTIUM. Lectio. Meditatio. Oratio. Contemplatio."

Cuando entramos, encontramos un gran espacio vacío central: se habían retirado los bancos del centro de la capilla y se había dispuesto una enorme alfombra persa y unos zafus (cojines redondos normalmente utilizados en el yoga y la meditación). En el suelo de mármol, antes de pisar la alfombra, un papel con dos pies dibujados. Se entendía facilmente que, para "entrar" en el área reservada de la alfombra, nos debíamos descalzar: "Quítate las sandalias, que el lugar que pisas es sagrado." (Ex 3,5) A fuera había unas pequeñas estanterías para dejar los zapatos, como lo suelen hacer los sikhs o los musulmanes antes de ponerse en oración.

La capilla mantiene los demás elementos barrocos: una imagen del Sagrado Corazón de Jesús entre dos cortinas rojas en un altar barroco que acoge el sagrario. Pero podemos decir que este foco de atención no es el elemento más importante del espacio. Por el hecho de vaciar el centro, se ha creado un "espacio vacío" de gran verticalidad, acentuado por la cúpula que marca un axis mundi y por la luz que entra por pequeñas ventanas elípticas por la parte de arriba. Se crea así un espacio que invita a arrodillarse o sentarse en el suelo, en posición de adoración. Los niños se sienten atraídos y se quedan tranquilos allí dentro. Gente de otras religiones también encuentra allí su lugar. Un lugar que no renuncia a lo que es pero que crea puentes y que permite diferentes maneras de rezar. Un espacio que se convierte en universal, esencial. A partir de cambios muy pequeños.

Cambios que también intuyeron la gente del teatro de los años sesenta, cuando empezaron a defender los "espacios vacíos", espacios desnudos de escenografías inecesarias, espacios disponibles, vírgenes, pobres, reales. Peter Brook recorría muchas veces a una alfombra persa para crear este grande suelo más "concentrado", más "sagrado", donde tenía lugar la acción ritual.

El Maestro Eckhart tiene un sermón titulado "El templo vacío" donde interpreta el pasaje en que Jesús expulsa los vendedores del templo (Mt 21,12). Eckhart habla de la necesidad de vaciar el alma humana: "Esa es la razón por la que Dios quiere tener el templo vacío, para que allí dentro no haya nada que no sea él.»

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