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Por Josep Gallifa .
En una conferencia reciente en Blanquerna el profesor Dr. Juan Ignacio Pozo explicó el reto en el que se encuentran la gran mayoría de las universidades españolas, desde una vertiente psicopedagógica. Esta dialéctica recuerda mucho la que ya vivimos los que somos algo mayores con los planteamientos que se hicieron en la educación obligatoria con la LOGSE, pero en este caso aplicada a la educación superior. El Dr. Pozo definió qué entendía por aprendizaje reproductivo, que es aquel en el que el profesor transmite contenido, mientras el alumno aprende que lo que tiene que hacer es reproducir lo que el profesor espera. La evaluación en esta manera de hacer se realiza sobre la capacidad de retención de la información. El profesor de este modelo lo definió como "profesor gasolinero", que llena los depósitos vacíos de sus alumnos. En un contexto donde el acceso a la información ya no es difícil se preguntó si tiene mucho sentido seguir con este modelo. Sin embargo reconoció como las limitaciones organizativas "extrínsecas" (recursos, sistemas burocráticos, ...) o "intrínsecas" (mentalidades, resistencias al cambio, ...) hacen que muchos profesores de las universidades españolas no abandonen este modelo, ni con la oportunidad actual de Bolonia en la que, en muchos casos, se cambian cosas para seguir haciendo lo mismo (cambio Lampedusiano: todo cambia para que todo siga igual).
Contrapuso este modelo con otro que es el de aprender a gestionar el conocimiento para resolver problemas. Se trata de un conocimiento construido donde el profesor hace más de tutor, de guía, y el estudiante se implica en los fines del trabajo, no sólo en la ejecución, como ocurre en los problemas habituales del mundo profesional. La evaluación pasa a ser, en este enfoque más creativo del aprendizaje, una situación compleja que reproduce problemas profesionales y a la que se debe aplicar el conocimiento. Citó a Morin para tratar el tema de la incertidumbre con la que, con este modelo de conocimiento construido (y co-construido), debe convivir el estudiante. Propuso estos contextos de mayor autonomía y libertad, donde dijo no hay una verdad absoluta del profesor, sino que la misma se construye en grupo. Esto hace que se tenga que convivir con esta "incertidumbre", como sostiene Morin, lo que no es cómodo ni fácil, como reconocía el propio Dr. Pozo.
Algunas reflexiones y anotaciones que podemos hacer a esta bien expresada situación y aspiración de reforma de algunos teóricos de la universidad española:
En primer lugar para que esta alternativa de universidad basada en el aprendizaje creativo y más tutorial sea posible debe haber espacios y tiempos en los currículums para hacerlo, más allá de las disciplinas académicas. Las competencias de gestión del conocimiento, así como las competencias genéricas o transversales no derivan de uno u otro conocimiento, y deben poderse trabajar con unos conocimientos u otros, pero hay que aprenderlas propositivamente, es decir, su aprendizaje no es automático, se debe programar y dedicarles atención (espacios, tiempos, recursos ...).
Otro aspecto es que un buen profesor (que hay muchos), cuando explica los contenidos que sean, no sólo hace eso sino que transmite un lenguaje, una forma de pensar y una forma de vivir. La humanidad se ha desarrollado, antropológicamente hablando, a partir de que los jóvenes aprenden lo que les transmiten los mayores. Así pues, aunque explique contenidos, un profesor universitario hace mucho más que eso, sea más consciente o menos. Sería absurda una universidad que suprimiera las clases magistrales y lo fiara todo a la actividad de los estudiantes entre ellos, perdiendo lo que el profesor debe aportar: lo que podríamos denominar como su maestría.
Finalmente es una lástima esta vivencia de incertidumbre con la que se queda el estudiante y que propone Morin. No nos podemos quedar aquí, en una fragmentación, si queremos una universidad auténticamente creativa que además sea humanizadora. En el diálogo con grupos de estudiantes, en los que el profesor (tutor) debe estar presente, seguro que salen construcciones que son quizás socialmente aceptadas, aunque no contengan verdad, o también pueden surgir "chispas" de la verdad . Así un buen tutor está atento y, de forma dialogada, razonada, abierta y tolerante para todas las posiciones, debe ayudar a hacer ver que no todo es igual, que se puede ir más allá del relativismo o del utilitarismo con el conocimiento. Debe explicar también su posición y su verdad. Lo puede hacer más directa o más indirectamente, más socráticamente -si se quiere-, pero tiene una obligación moral de hacerlo, porque sino podría falsear, por omisión, el espíritu de la universidad que es "alma mater". Tampoco sería fiel a la esencia de la investigación universitaria que es búsqueda de la verdad (hablamos de la verdad en minúscula, pero se puede aplicar también a la Verdad con mayúsculas).
El profesor, asumiendo el riesgo de no ser totalmente comprendido, por el nivel o circunstancia en que se pueda encontrar el estudiante, debe despertar también la inquietud por ir más allá. El trabajo basado en el consenso, la vivencia de la incertidumbre, ... son pasos seguramente necesarios, pero no suficientes para la universidad que quiera fomentar el aprendizaje auténticamente creativo que sea también humanizador, e ir efectivamente más allá de la reproducción de conocimientos o de la reproducción de las creencias del entorno inmediato del estudiante.
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