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El pasado mes de junio, la Conferencia Episcopal Española publicó un importante documento titulado "La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar".

El documento no ha tenido demasiado eco (y menos en Cataluña) aparte de los habituales insultos y descalificaciones, citaciones decontextualizadas, comentarios tergiversadores, malintencionados o cargados de prejuicios y desconocimiento. Se hace difícil encontrar opiniones que, después de escuchar un mensaje episcopal con la mínima empatía que exige todo diálogo y ánimo de comprensión, discrepen de forma seria, respetuosa y razonada. Y cuando se trata de reflexiones relacionadas con la sexualidad, no faltan querellas criminales. Más allá del grado de acierto de cualquier reflexión, en esta materia hay que tener realmente una gran valentía para defender las propias convicciones cuando no coinciden con determinados postulados aparentemente mayoritarios.

El texto de la CEE contiene de forma sintética los ejes centrales del pensamiento tradicional católico sobre el matrimonio y la familia, basado fundamentalmente en el Evangelio y, al mismo tiempo, considerado inteligible por la razón natural y desarrollado contemporáneamente en las constituciones del Concilio Vaticano II y numerosos documentos pontificios, entre los que destacan las encíclicas Humanae Vitae de Pablo VI, Familiaris Consortio de Juan Pablo II y Deus Caritas est o Caritas in Veritate de Benedicto XVI, entre otros.

En este sentido, los obispos de España no introducen doctrinas nuevas ni diferentes a las que defiende la Iglesia en todo el mundo, si bien adaptan esta reflexión (recogiendo sus pronunciamientos anteriores) a la realidad española y, desde ahí, desarrollan una dura crítica de lo que llaman "ideología de género", que sería la errónea comprensión de la sexualidad no como un hecho natural, sino como una "opción" individual, con las negativas consecuencias que ello conlleva.

Quiero recomendar una lectura pausada del documento por su interés y la importancia de la materia. La realidad del matrimonio y de la familia, lejos de ser una cuestión de moralidad personal y privada, tiene que ver con la salud, cohesión y bienestar de la sociedad y con el bien común, y más en tiempos de grave crisis.

No puedo comentar aquí las diferentes cuestiones que plantea el documento. Pero sí quiero subrayar una de sus intenciones esenciales: una defensa cerrada y apasionada de la extraordinaria belleza y bondad, personal y social, del verdadero amor conyugal. Por verdadero amor conyugal la Iglesia entiende aquel amor entre hombre y mujer que consiste en el compromiso público de constituir una comunión de vida y de entregarse el uno al otro de forma total (con todas las dimensiones de la persona), exclusiva, indisoluble y definitiva (para siempre), con plena apertura a dar más vida, a la procreación. Este amor "comprometido" supera el simple emotivismo o subjetivismo, y abre a la plena realización de la persona en la medida que es una contribución decisiva a la felicidad del cónyuge y los hijos y una aportación extraordinaria a la sociedad y a la vida misma. En último término, es una adecuada respuesta humana al amor que hemos recibido por parte del fundamento personal creador y causante de la existencia, que los cristianos llamamos Dios, el cual creemos que se ha hecho visible en Jesucristo.

El amor conyugal no es una cuestión privada. Es una institución social con evidente dimensión pública y jurídica (matrimonio), es el origen de la familia y, como tal, debe ser reconocida por el Derecho en su especificidad, en sus múltiples dimensiones y consecuencias, sin confundirla con otras uniones o relaciones interpersonales (dignas de respeto, que también pueden y deben ser reguladas por la ley adecuadamente). Hoy en día, en España, la reciente confusión legal entre amor conyugal y otras relaciones de afecto y/o convivencia entre dos personas es una discriminación del matrimonio (entendiendo por "discriminar" tratar de forma igual realidades diferentes), confusión que se suma a la desvalorización legal del vínculo jurídico matrimonial, rescindible unilateralmente y libremente en cualquier momento.

Dicho amor conyugal (matrimonio), además de ser reconocido y regulado en su especificidad, debe ser promovido y protegido por todos los estamentos sociales por su enorme interés público, al ser la base estable y sólida de la familia. Amor y justicia no se pueden separar. Y es que ya no se puede negar más que la familia es una realidad absolutamente decisiva para la natalidad, el crecimiento, la salud, la educación y el desarrollo integral de toda persona, así como para la cohesión social. Por eso, el amor conyugal y la familia deben recibir la máxima protección de los poderes públicos. Esta debe ser una de las grandes prioridades políticas y uno de los grandes servicios que se pueden hacer en estos momentos al bien común. Evidentemente, esto no excluye la obligación de los poderes públicos de dar pleno apoyo también a otras realidades de convivencia que lo necesiten, especialmente aquellas donde viven niños o personas con necesidades especiales.

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