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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
El embrujo de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, tras apagarse la última llama del pebetero, deja buenos recuerdos que quieren ser capitalizados por políticos e instituciones diversas. Se abre también ahora un espacio a la reflexión y a la mirada atenta, sin experimentar la presión insufrible y los comentarios de la TVE que los ha transmitido, con frecuencia más de forofos que de profesionales. El nacionalismo a ultranza y la fascinación por las medallas han relegado a un segundo término las hazañas de atletas y deportistas, instrumentalizados para causas superiores. La misma ceremonia de clausura, con el dominio magistral que los británicos tienen de la música y de los escenarios, apoyados en una pirotecnia digital de grandes efectos visuale, se convertió más en un macroconcierto de viejas glorias que una clausura olímpica y mostró una inmensa bandera británica en el centro del estadio durante gran parte del tiempo.
Una ojeada al medallero. Se repartieron 957 medallas, agrupando los tres colores de los metales. Un total de 80 estados, de los más de 200 participantes, obtuvieron alguna medalla. Los diez primeros consiguieron 525 medallas, que representan el 54,85% del conjunto, más de la mitad. Entre los 20 primeros, se colgaron 683 medallas con el 71,36% del total. Sólo los dos primeros, EEUU y China, ganaron el 20,06% de las medallas. Si miramos el medallero desde la perspectiva geográfica y política, el mundo anglosajón (EEUU, Gran Bretaña y Australia) representan una gran potencia. Europa copa 6 de los 10 primeros puestos y la mitad de los 20 primeros. Asia, con China y Corea del Sur, consigue dos puestos entre los diez primeros, y 5 puestos entre los 20 primeros. Sólo dos más se cuelan entre los 20 primeros: Cuba y Jamaica. Las medallas responden normalmente, de manera especial en los primeros puestos, a potencias económicas. Unas, basadas en la fuerza de la sociedad. Otras, fundamentadas en dictaduras o regímenes totalitarios. Éstos hacen servir el triunfo deportivo para la exaltación propia y el lavado de imagen. Siempre ha sido así y aun se mantiene en la actualidad. En otros casos, los resultados obedecen a la existencia de talentos excepcionales, como sucede con Jamaica. Latinoamérica y África, con las excepciones de rigor, consiguen resultados testimoniales. España con 17 metales ocupa el lugar 21. La contribución de Catalunya llega en torno al 50% de las medallas conseguidas por la delegación española. El papel de las mujeres ha sido determinante para mantener la posición en la tabla. Brasil, con el lugar 22 y con el mismo número de medallas que España, subirá probablemente posiciones al acoger los próximos Juegos Olímpicos en Rio de Janeiro. Economía y deporte tienen muchos nexos de unión. Política y deporte, pese las hipócritas recomendaciones de que nunca hay que mezclarlas, también.
Waterpolo femenino y natación sincronizada, por poner dos ejemplos magníficos de la delegación española, casi íntegramente formadas por atletas y deportistas catalanas, se van a volver a hundir en el anonimato. TV1, con sus telediarios, regresará a sus rutinas. Primero, mayor minutaje y empatía para gloria del Real Madrid. Segundo, con menor minutaje y más distancia, para el FC Barcelona. Los demás, puro relleno, excepto cuando personajes como Alonso y Nadal consigan triunfos en automovilismo o tenis, que sirvan de sedante para una audiencia agobiada por la crisis económica y los recortes sociales. Mientras, la candidatura de Madrid sigue imparable pese a estar España a las puertas de un rescate europeo, sin seguir el ejemplo de Italia que, por coherencia, retiró la candidatura de Roma.
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